Mari Carmen Moreno

Vamos, papá, papaíto, por favor... Quédate conmigo. Afuera hace frío. Fracciona todos esos nanosegundos de melancolía y déjame enseñarte cómo construyo mi nueva cápsula de propulsión espacial. No me mires así. Prometo transformarme en ese juguete de diseño con el que siempre has soñado. Fíjate bien, he arreglado todos mis cortocircuitos. Incluso, si lo prefieres, puedes adormecer mi instinto, borrar la memoria de mi programa y crear un nuevo avatar on-line.

Gente paseándose por Beverly Hill, obsesos de su fetichismo, encajonados en sus dirigibles de cristal. Sus ojos televisivos capean por el mundo como telenovelas imperfectas. Evolucionan, evolucionan, evolucionan…. Sus vidas son dirigidas por mechas que sueltan sus puños a diestro y siniestro. Son teledirigidos contra el enemigo, esos búfalos que se mueven como hormiguitas y trabajan, trabajan, trabajan aunque desconozcan el techo en el que se cobijarán, el barro que cocinará sus vidas, el suelo que agrietará sus pies, el golpe que ahogará sus sueños.

Resulta que hay un tiempo ahí fuera que no está hecho de vacío o desastre. Un tiempo inmune a la caducidad de todos esos cuerpos que se hunden en las nimbadas brumas del volcán cuando llega la noche. La noche convertida en un bosque inmóvil crepita en sus cerebros. Una y veces las palabras riegan el huerto de la angustia hasta empujarte fuera del jardín de las delicias. ¿Conseguirás urdir una nueva Eva mecánica, inane y poderosa que sea capaz de salir del santuario como una gran bola de fuego? ¿Podrás aplastar todos esos etcéteras que surgen de la grasa de tu cuerpo ahora que la vid ha madurado?

Mi cuerpo está obsoleto. Su oscuro ojo se va secando y pronto el iceberg saldrá disparado del cañón de su revólver. Antes de que todas las fotografías se transformen en meros souvenirs en estos días extraños, permítele a la memoria transformarse en una droga de síntesis, proporcional al alcance de la imaginación.