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Espacio Luke

Luke nº 129 - Junio 2011

Abandonando Königsberg

Enrique Gutiérrez Ordorika

Seco y preciso, el cincel escarba en mis sienes. Un hombrecillo de la estirpe de Aladino, con lámpara sobre la frente y pavor en los ojos, quiere abrir una vía de escape al laberinto que habita en mi cabeza. Tiene la tez blanca y las espaldas encorvadas, tal vez por la pesadumbre o el exceso de libros. Tiene estatura de enano, incluso para insecto, y un pánico imborrable anudado en el alma. Es un aniquilador de fotófogos, un exterminador de metamorfosis y orugas. Odia a las mariposas nocturnas, teme a la expansión de su fragilidad. Un vaivén de alas crea un viento y un viento escupe un paisaje. Solamente necesita una brizna de aroma. No tiene miedo a la duplicidad de mundos. No es eso. Se ríe a la cara de Hércules si tiene un punto de apoyo. Los colecciona en enciclopedias y pergaminos. Se los archiva un biznieto de Enmanuel. Un antiguo Kan de las hordas de gafosos. La razón. La verdad. La conciencia. Dios. La eternidad. Mueres y te echan paladas de tierra para taparte los oídos. Nadie sabe si es dulce o amargo el sabor que visita el paladar del gusano cuando devora tus ideas. Pero el excavador no se detiene. Busca una veta de luz, un filón que le permita vender argumentos para los discursos y las academias. Bostezan. La modernidad ha terminado siglo con vocablos repes. Se hace urgente la demanda. Malabaristas y saltimbanquis han consumido toda la magia que puede vestir los tiempos muertos. El dolor es perseverante y silencioso. El pasadizo es un vacío horadado en un muro levantado para contener el padecer. Los lamentos anónimos dan paseos cortos por la avenida de la lengua, conspirando con quejas guturales que ni yo mismo logro entender. Hay modistos sicólogos que diseñan bellos patrones con adornos para la confección de camisas de fuerza con las que se visten los gritos, y amigos que tienen guardarropas llenos de gabardinas y sombreros... Así de tonta es la esperanza: puedo pedir prestada una gorra para que me tape la boca del agujero. Así de terrible es la metáfora: el solitario depende de su flequillo. Es falso el dilema de la huída. Hay infinitos espejos en los ojos de los otros y millones de espejismos en los sueños que me pertenecen: la imaginación de un engaño, la estética, la poesía, el arte, dios, la eternidad. Chisteras de copa para cubrir el devenir y ocultar el ronco tartamudeo del martillo, el cincel y el enano.