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Espacio Luke

Luke nº 129 - Junio 2011

Mirando hacia otra parte. Escrituras XIX: un público (lector)

Vicente Huici

Más allá del autor, de la obra y de la crítica, hay un público en general y un público lector. Esto quiere decir que hay, en primer lugar, un público que puede tomar la obra en un sentido emblemático, casi siempre en función del autor o de la crítica que ha recibido, llegando a comprarla en una librería, pero no siempre leyéndola, aunque casi siempre hablando de ella. Es el caso de los best-sellers de primera o segunda fila, entre los que se encuentra una gran número de novelas y de libros de autoayuda más o menos confesos, que simplemente sirven de elemento de socialidad en las conversaciones: no es necesario leer las obras, sino en la medida en que hay que hablar de ellas para sentirse reconocido en un determinado grupo donde “queda mal” no leerla. Contra lo que pudiera parecer, este público en general es bastante amplio, y las grandes editoriales se nutren en gran medida de él promocionando obras ad hoc con premios y distinciones.

Pero hay también, cómo no, un público lector, es decir, un público que lee las obras, independientemente de que las haya comprado, las haya tomado prestadas de una biblioteca o se las haya dejado un conocido. Sobre ese público lector se han llevado a cabo muchas investigaciones, e incluso se ha intentado conceptualizarlo por medio de diversas teorías, entre las que destaca la denominada “ teoría de la recepción”. Los defensores de dicha teoría (muy bien resumida en el libro de J.A. Mayoral La estética de la recepción, Arco, Madrid, 1987) han pretendido crear un prototipo de lector desde criterios bastante formales que luego han sido corregidos por estudios de calado más sociológico como los realizados por Pierre Bourdieu y su Centre de Sociologie Européenne.

La conclusión global de estos estudios acerca de los lectores, del público lector o, simplemente, del lector, apunta a que, a no ser que la obra se dirija a un público indeterminado y medio –de una edad mental de catorce o quince años–, cada obra va configurando su público lector y, consecuentemente, su lector prototípico. Este lector prototípico es el resultado de la combinación de muchos factores, entre los que se pueden destacar el género-sexo, la edad, la formación cultural y la renta económica.

Así, en efecto, las obras se encaminan más o menos conscientemente hacia unas determinadas personas caracterizadas por condiciones homogéneas en relación con los aspectos anteriores, de manera que suele ser difícil, complicado o, incluso, imposible que una misma obra pueda ser recibida –y se le da a esta expresión casi un sentido más tauromático que estético– por lectores de diferente edad, género, formación cultural o renta económica. Aquello de “no pude pasar de la primera página” suele ser la constatación de tal dificultad o imposibilidad, dicho de una manera muy educada.

Pero, en cualquier caso, para el público lector –es decir, para el público que lee las obras y no sólo habla de ellas–, esos pequeños paralelepípedos livianos o, a veces, algo pesados, pueden significar varias cosas. Desde tiempos muy antiguos, en nuestra cultura occidental, el libro publicado ha estado vinculado tanto al entretenimiento como al conocimiento, sin que se pueda saber qué es lo que hoy pueda predominar. Pues, en efecto, ¿qué busca el lector en una obra narrativa? ¿Busca entretenimiento? ¿Busca conocimiento?