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Espacio Luke

Luke nº 125 - Febrero 2011

Orilla

Marta Ballbé

Yo me duermo a la orilla de una mujer:
yo me duermo a la orilla de un abismo

La noche, Eduardo Galeano

Había dormido a la orilla de aquella mujer durante muchas noches de su vida. Ella era para él no sólo orilla en la que dormir, era también orilla en la que despertar, antes de ese primer beso de la mañana, mientras se hacía la remolona, con los ojos hinchados, pidiendo clemencia.

Ella era orilla, algunas veces pareciendo ajena a los temporales intrínsecos de la existencia. Esa orilla le daba fuerza y coraje a él, hombre sereno y de firme entereza, pero ella era la calma en muchos de sus azotes silenciosos internos, imperceptibles desde fuera.

Se fueron descubriendo mutuamente poco a poco, mientras compartían una manzana a media mañana en los pasillos de aquella facultad de hormigón y árboles. Él fumaba un cigarrillo, ella tomaba un café solo. Casi cada día el mismo ritual: manzana, café y cigarrillo. Al principio le pareció más que bonita. Pensó que jamás se fijaría en un tipo como él, antítesis sólo aparente, pero ambos llevaban un traje tupido que se habían ido confeccionando por separado para protegerse del frío del mundo y, a medida que se fueron conociendo mejor, descubrieron que se parecían mucho más de lo que aquella dualidad miope a los ojos de muchos los separaba.

Recuerda perfectamente la primera película que vieron juntos, el primer libro que le regaló, con título premonitorio, la primera exposición. Recuerda con claridad todos y cada uno de los viajes que hicieron años más tarde, con dos billetes de avión de ida y vuelta, siempre sin ruta predeterminada.

Las tardes perezosas de domingo en casa, mientras ella leía o pintaba en cartones viejos y él intentaba encontrar la nota justa en aquel piano de la habitación de atrás, se le han quedado incrustadas adentro.

Esa mujer de cabello oscuro que se le había aparecido en sueños y ya había dibujado en una libreta muchos años antes de conocerla. Esa mujer, esa orilla, ese abismo, esa prueba vital, a la que debía responder con sus actos, con sus gestos, con su templanza, mientras la buscaba de nuevo entre aquellos libros de pintura y fotografía.

Él se durmió y abrazó a la orilla de un abismo.

Ahora intenta encontrar de nuevo la calma y esas notas vespertinas de domingo, sin que ella se siente en sus rodillas y se ría de casi todo mientras le abraza.