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Espacio Luke

Luke nº 124 - Enero 2011

La máscara y el canto VI

Emilio Varela Froján

De la luz y la palabra. Los últimos poemas de Rafael Morales

La poesía concluye naturalmente al hacerse realidad en la conciencia: toda creación, todo nacimiento consciente, se limita y termina en el cuerpo único y definitivo de la inmovilidad y del silencio. Sin embargo, todo antes había sido por separado, cuando el pensamiento era visto en las imágenes y dicho en los significados, y el poema no era más que la representación de una máscara y la expresión de su canto, es decir, la imaginación de un sujeto y de su objeto. Pero cuando el poeta da el paso natural a lo real, e identifica la palabra con la luz, y atiende lo mismo a los límites y a los términos del mundo, ya puede acceder directamente al ser más íntimo de la palabra, para decir abiertamente, no las abstracciones del pensamiento, sino los rostros y los nombres de lo absoluto, donde la realización del poema no dependerá ya de las vivencias del poeta, sino de las experiencias concretas del ser. Lo que está escrito en la línea incierta del límite, la belleza dicha junto al miedo, y la voz más grave de la inteligencia.

Son las palabras que contienen el silencio, los nombres que ya son los términos de un lenguaje, las formas exactas de las desapariciones y de las ausencias. Las palabras que se han entregado a sus términos, los nombres que repiten las formas de las ausencias. Y, también, las voces en la contemplación del silencio, y la luz en la oración de la quietud. El perfecto silencio: frases que conservan la lenta respiración de las ausencias, y los nombres que quedan en el aire intacto de la desaparición, y que han sido dichos por el poeta, como pensamientos “sonoros”, en las oraciones del silencio o, de otra manera, en las formas visibles de la inmovilidad, y en la respiración de la “última luz”. En efecto, de la sintonía perfecta de todas las palabras se obtiene el silencio más puro, las notas musicales de la quietud o los “silábicos latidos”. Que son las luces corpóreas de las desapariciones, visibilidad absoluta de los límites del pensamiento.

Esta indagación continuada de la realidad y la existencia en toda su dimensión y duración había de limitarse y concluir en estos términos: Poemas de la luz y la palabra (2003). Se trata de una obra conclusiva del poeta Rafael Morales (1919-2005), donde, definitivamente, aparecen unidas, en el cuerpo mismo del poema, las figuraciones de la desaparición y el sonido de las ausencias, la luz de la realidad y la voz de la conciencia. Y, donde ya nada se expresará en relación con los símbolos ni con la imaginación, ya nada será máscara o canto; y la única lucidez estará, no en la belleza ni el ideal, sino en la inmovilidad y en el silencio –en los nombres idénticos a sus rostros–. Rafael Morales encontró, al final de su obra, como no podía ser de otro modo, la oración más exacta de su visión, y la frase más adecuada a cada figura. Quien las pudo escribir, consciente o no, inauguró otro lenguaje, otro paisaje en la luz. Pues toda escritura poética comienza más allá de las desapariciones, cuando faltan y, también, sobran las palabras.

Pero en su obra la desnudez no es carnal, carece de imagen pero no de luz, es forma luminosa en el poema que se materializa y concreta en cada una de sus sílabas como notación de una música inmóvil, que repite uno a uno los sonidos de la ausencia y las formas de la desaparición, y que, en definitiva, es la carne invisible de un cuerpo único de silencio y lucidez verbal. Lo que antes era de la naturaleza y de la vida, y el poeta imaginó en la belleza y en el ideal, quedaba resuelto en estos últimos poemas de Rafael Morales, no en las máscaras y en los cantos de la imaginación, ni en las abstracciones de la belleza ni del ideal, sino en las formas de mirar y decir de lo absoluto, es decir, en la inmovilidad y el silencio del mundo, o mejor, y de manera concreta, en los límites de la realidad y en los términos de la existencia.

Finalmente, se ha cumplido la respiración del silencio y la lucidez del lenguaje en el ser de la palabra. Porque es en el instante, no en lo eterno, cuando el poeta eleva la mirada, los ojos a los límites de la luz, y suspende la voz en la cumbre del silencio, para alcanzar con la palabra exacta, no la hueca inmensidad, la máscara y el canto, sino los fragmentos reales del ser, el rostro y el nombre de su existencia: la inmovilidad y el silencio. En estos términos, las palabras sobreviven a los significados, y el lenguaje se salva entre los restos de la luz.

El poeta que, en su primera poesía Poemas del toro (1943), se había servido del pensamiento simbólico, del poder de la imaginación para representar y expresar su pensamiento, y figurarse del objeto un significado y del sujeto una personalidad, en estos poemas últimos encontraba, no las máscaras de la belleza y los cantos del ideal, sino algo realmente superior, la mirada y la palabra justas para decir los límites del paisaje y los términos del lenguaje. En definitiva, definir en el poema los nombres del silencio y los rostros de la inmovilidad. Esta superación de la vida como representación y de la naturaleza como expresión, del símbolo figurado en los objetos y en los sujetos, en la completa unión entre realidad y existencia, entre el espacio concreto y el tiempo absoluto del ser, es lo que hace de estos poemas formulaciones exactas de los límites y de los términos del mundo o, de una forma mejor, el cuerpo visible de la ausencia. Y éstas son la materia y las formas conscientes de su poesía última. Donde el poema se realiza en sus términos al superar la palabra y el canto, lo significativo y lo simbólico. Y donde el poeta encuentra, en la contemplación del silencio y en la inmovilidad de los nombres, la finalidad última de su lenguaje.

El poema final, el cuerpo único de la inmovilidad y del silencio -la escritura definitiva- dirá, no lo que interesa decir al poeta, sino lo que dicen realmente las palabras.

PRETÉRITOS

Existieron palabras
que ya nadie pronuncia,
silábicos latidos,
floraciones sonoras
del concepto,
alas del pensamiento.
Perdida la materia
que nombraron,
perdidos los oficios,
las costumbres,
quedaron sin presente,
fueron oscuramente
arrojadas del tiempo.
Yertas en diccionarios
se poblaron de ausencias,
quedaron desangradas,
deshabitadas, solas,
muertas ya para siempre
en las desolaciones
de los viejos pretéritos.

Poema final del último libro de Rafael Morales, Poemas de la luz y la palabra. Hiperión, Madrid, 2003.