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Espacio Luke

Luke nº 134 - Diciembre 2011

La máscara y el canto XV. El arquitecto sin proyecto o la construcción de lo inmóvil

Emilio Varela Froján

Creo que en eso consiste el papel del arquitecto,
en hacer que la gente sea consciente
del tiempo y el espacio que les rodea

Peter Eisenman*

El arquitecto que piensa la arquitectura de forma abstracta, es decir, que proyecta desde la imaginación de la naturaleza, ocupa con sus obras el espacio entre el paisaje y la máscara. Y como sucede a todo arte y artista imaginativo que le corresponde una construcción simbólica del espacio y de la luz, su proyecto consistirá en imaginar el ideal y figurarse la belleza o, lo que es lo mismo, en la representación de una idea y en la expresión de un deseo, de los que resultará una obra cuya única luz será la imagen de las formas en un espacio falsamente significativo, y unos edificios sujetos necesariamente a la figuración de su objeto y a la expresividad de su arquitecto. Así se crearon las arquitecturas para el Poder y para Dios, las ciudades que crecieron a las órdenes de los trazados abstractos y de los monumentos simbólicos.

Sin embargo, en la naturaleza del espacio no sólo están la imaginación del paisaje y de su máscara, ni la luz inventada del espíritu y del alma, sino que, además de la idealización de las formas y su materia, se da la conciencia definitiva de sus límites y de su vacío y, con ello, una arquitectura que se sitúa en un tiempo y espacio próximos al silencio y a la inmovilidad, que no figura el proyecto ni es la expresión del arquitecto, y que encuentra finalmente su forma en sus propios límites o, lo que es igual, la inmovilidad en las formas visibles de su silencio, siendo, en concreto, a través de los vacíos del muro y de la estatua que se realiza su incorporación como obra al mundo.

Efectivamente, hay obras que obtienen su ser no mediante la intervención de las formas simbólicas heredadas, sino a través de los ordenamientos que disponen dichas formas al borde del espacio y de la luz, es decir, en el vacío y la transparencia, donde el orden ya no pertenece a lo metafórico sino al de las formas metafísicas que operan en una red de ausencias y desapariciones. Pero el ser del espacio, que no se manifiesta en sí mismo más que en la desaparición de la materia y en la ausencia de toda forma, tiene la naturaleza inmóvil del límite o, lo que es igual, la arquitectura que hace ser al espacio y a la luz es la construcción consciente y concreta del vacío y de la transparencia. Porque el ser visible de la arquitectura, no es su imagen, ni el hecho arquitectónico la idea de su proyecto. Antes de que intervengan las ideas abstractas y, con ellas, los significados y las imágenes, cuando se encuentra el arquitecto sin proyecto, el silencio y la inmovilidad constituyen la condición básica de toda la arquitectura.

Por tanto, es en su inmovilidad, y no en su imagen, como el edificio manifiesta no unos espacios representativos y simbólicos, sino las formas exactas de sus límites. La obra de arquitectura viene a ser, de esta manera, un grado superior de la inmovilidad o, lo que es igual, la forma mayor de visibilidad que alcanza el silencio. Y así, el edificio realmente construido y su proyecto se relacionan, desde su inicio, no a través de las formas metafóricas y de la imaginación de su materia, sino de los límites y los vacíos concretos del muro y de la estatua, que tienen finalmente la inmovilidad del espacio, la ausencia de la forma y el silencio de la materia. La obra sería, en estos extremos, una construcción del Límite; y la transparencia de su vacío, una ofrenda al Absoluto. Es la forma arquitectónica que recoge en su ser el eco del silencio y el reflejo de la transparencia, anterior a las ideas del proyecto, cuando aún para el arquitecto toda arquitectura está en el silencio de su texto –contexto– y en la inmovilidad de su dibujo.

El hecho arquitectónico, como lo pensaba Louis I. Kahn, reúne en el mismo espacio al silencio y a la luz, pero no sólo como el significado y la imagen de una forma, sino también –y esto es lo que aquí interesa– como la manifestación de sus límites en la inmovilidad del espacio y en la transparencia de la luz. Es la naturaleza del espacio y de la luz que, a través de los elementos concretos de una arquitectura creada a partir del muro y de la estatua, queda transformada en la inmovilidad del paisaje y en el vacío de la máscara, como la arquitectura de Mies van der Rohe para el pabellón alemán de Barcelona de 1929, que constituye la manifestación concreta de esta naturaleza inmóvil del espacio y de la luz en sus dos dimensiones extremas, la del límite y la del vacío. Se trata, definitivamente, de una arquitectura que, al traducir la naturaleza simbólica del paisaje y de la máscara a la realidad inmóvil del edificio, define el orden del espacio y de la luz en su vacío y transparencia, en el límite del muro y la inmovilidad de la estatua.

En su conjunto, el pensamiento creativo y sus medios, han sido dirigidos a unas estéticas de la belleza y a unas poéticas del ideal, a las representaciones del objeto y a las expresiones del sujeto, cuyas ideas y esperanzas han estado erróneamente dedicadas por completo a encontrarle un alma a la forma y un espíritu a la materia. Sin embargo, hay un repertorio en las formas y los materiales para la creación que consiste, no en la figuraciones del espacio y del tiempo que abren falsamente los sentidos a múltiples interpretaciones, sino en establecer un orden sintético, perfectamente cerrado, pero basado en las infinitas variaciones de lo limitado: formas metafísicas, distintas a las metafóricas y abstractas, que definen contrariamente los límites y términos concretos de lo absoluto, y que pertenecen a un mundo consciente, ya no debidas a la imaginación de la naturaleza sino a una naturaleza inmóvil diferente al universo imaginario.

Quizá la visión del último paisaje, como la de la última máscara, esté en una arquitectura que resuelva la inmovilidad en el límite del muro y en el vacío de la estatua, y cuya finalidad sea la de hacer que las imágenes de sus formas y edificios, y los significados de sus símbolos y metáforas, repitan los sonidos de la ausencia y el silencio de los términos de su lenguaje.

*Cita extraída de Revista Minerva 17, Arquitectura postmetafísica. Entrevista con Peter Eisenman. Carolina del Olmo