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Espacio Luke

Luke nº 134 - Diciembre 2011

Poemas

Inma Luna

Inma Luna (Madrid, 1966) es periodista y antropóloga. Ha publicado, en poesía, No estoy limpia (Baile del Sol, 2011), El círculo de Newton (Baile del Sol, 2007), De ronda en ronda, antología itinerante de poetas españoles en México (Ediciones del Ermitaño –México– y Baile del Sol –Tenerife-, 2007), junto a Uberto Stabile y Antonio Orihuela, y Nada para cenar (LFC Ediciones, 2006). Ha participado en las antologías poéticas Mujeres en su tinta (Editorial Atemporia & UNAM, México 2010), La manera de recogerse el pelo, generación bloguer (Bartleby Editores, 2010), 23 pandoras, poesía alternativa española (Baile del Sol, Tenerife, 2009) y Voces del extremo (Fundación Juan Ramón Jiménez, 2005 y 2009), entre otras.

De su obra narrativa destaca Las mujeres no tienen que machacar con ajos su corazón en el mortero (Baile del Sol, 2008). Figura, entre otras, en las antologías Viscerales (Ediones del Viento, 2011), Beatitud, visiones de la beat generation, (Ediciones Baladí, 2011), Mujeres cuentistas (Baile del Sol, 2009), El Cuentacuentos, antología de cuentistas españoles (Nonsoloparole Edizioni, Milán), Cuentos desterrados, (Patrañas Ediciones), Qué mala suerte tengo con los hombres (Editorial Catriel).

Como periodista colabora habitualmente en diferentes medios.

Blogs:

De cerca nadie es normal
Temo parir un pez naranja

PELIGRO DE DERRUMBE

escucho cómo cruje
trago saliva y escucho su sonido espaciado y sagaz
adivino el hollín y me pongo un sombrero
salgo a la niebla pisando las piedras angulosas
con la intención robusta de quedarme de pie
sobre la música que emano
la dureza entrenada de las uñas
me tiene que ayudar a rascar la carcasa
y evitar que me encierre en la zona más triste del refugio

A CALA

En el corte se averigua la savia,
se sabe del jugo,
de la humedad que contienen las vías.
Al tajar a fondo se aprecia el sabor del corazón.
Si rezuma,
merece que te lo comas vivo.

COSAS EXTRAÑAS QUE SIN EMBARGO OCURREN

Salgo de casa dejando bajadas todas las persianas. Huele a cebolla. Respiro lo mínimo arrugando la nariz consciente de que ya no hiervo en esta sopa. Desayuno dos cafés, uno detrás de otro. El segundo lo tomo con mi madre; ella moja unos churros mientras lamenta todo. Más tarde aso cuatro sardinas y perfumo mi calle con aroma marino de sal gorda. Mi hija esconde debajo del flequillo un saco de contradicciones y no come hasta mucho después, cuando el hambre es mayor que la pelea. Voy a ver a mi padre, está sentado en el sofá, no levanta cabeza, le digo que me mire y alaba mis zapatos para evitar el esfuerzo de erguirse. Al salir de su casa, mi corazón se suelta, se me cae a los pies con un sonido hueco. La gente me mira reprochando mi falta de cuidado. Recojo los trozos desperdigados y continúo el camino que no se ha dibujado aún. Por la noche mi sobrina me dice que un tigre me está esperando. Hago balance inútil de estas cosas extrañas que sin embargo ocurren.

NUNCA DICES LA PALABRA ADECUADA

Aunque todo está pasando cerca,
lo sabemos,
mantenemos la consciencia, la conciencia,
aunque eso es así –y hay tormentas que se llevan a la gente por delante–,
aunque todo eso sea y es,
tenemos este hueco en el que sólo entra el azul,
entra y besa de sol la piel y nos sorprende
como
un milagro.
Y esta semana ha sido tan santa,
tan resucitadora,
que dices:
vamos por el buen camino, Lunita, me dices,
vamos por el buen camino.
El camino que tiene vistas al recorte de cielo que nos proporcionamos.
Y nunca,
por suerte,
dices la palabra adecuada,
nunca,
por suerte,
porque,
quizá,
si ajustaras la pieza exacta,
la clave,
la que cualquiera supondría correcta,
puede,
quién sabe,
que se adaptara con absoluta precisión
al espacio que nos permite ver la luz,
y la opacara.