Luke nº 117 - Mayo 2010 (ISSN: 1578-8644)

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Jet lag
... Le entristecía imaginarse rodeada de pesados copos que no se suspendieran apenas sobre ella y “se soñaba”, con facilidad, rodeada de un torbellino de fractales capaz de hipnotizarle disfrazados de ventisca durante, al menos, veinte segundos ...

Irene Basilio

Vivir en una bola de cristal, de esas con nieve de polispán. Eso suponía tener que aprender a respirar justo el oxígeno necesario. También tendría que aprender a flotar... ¡Ah!, y a conservar el calor en mitad de una tormenta. Pero a cambio la vida, se imaginó, se vería diferente... Tenía que verse diferente, y ese era, exactamente, el reto. Eso sí, le preocupaban algunas cuestiones:

Tener que poner todo patas arriba sin aviso previo, por ejemplo, le resultaba desconcertante. Ella era una persona ordenada, sabía dónde estaba todo porque todo estaba en su sitio siempre y, claro, a estas alturas, le resultaba difícil imaginarse tanteando sus cosas en mitad de un desorden espontáneo.

Tampoco sabía cómo se protegería ante los golpes de un temblor. Algunos cambios se producirían a causa de un suave movimiento, pero otros llegarían con más violencia y por capricho de fuerzas externas. El agua la protegería, sí, sumergida en otro elemento las cosas serían distintas, pero, aun así, temía chocar con fuerza contra el cristal de la bola o no tener reflejos para esquivar algunos de los objetos de su interior.

Y en lo que a estos últimos respecta, le surgían también algunas dudas: ¿sería mejor ser una discreta silueta entre un conglomerado de monumentos reconocidos, o ser, en cambio, la protagonista de un lugar inventado sin más atracción que lo románticamente imaginado? ¿Lo demás y ella, o ella y lo demás?

El tipo de nieve, en esta decisión, sería la clave. Le entristecía imaginarse rodeada de pesados copos que no se suspendieran apenas sobre ella y “se soñaba”, con facilidad, rodeada de un torbellino de fractales capaz de hipnotizarle disfrazados de ventisca durante, al menos, veinte segundos (en el exterior no era mucho tiempo, no, pero lo relativo primaría dentro, ¿no?).

Si sus deseos pudieran cumplirse, por lo tanto, no tendría demasiados problemas para hacer, de su nueva vida, eso, la suya. Pero ante la rotundidad de algunas partículas blancas, prefería no asumir responsabilidades.

***

Dudaba, sí, y lo cierto es que mucho: lo pensaba, lo olvidaba, lo recordaba, se lo planteaba y volvía a empezar. Pero, a cada ciclo, la idea le ilusionaba cada vez más. En cada bis, estaba un poco más dispuesta a no tener todo bajo control, a aprender a curarse algún que otro rasguño y a improvisar, incluso, en función del cielo que se le ofreciera, si se dejaría ver más o menos. ¿Si no vivieras aquí, dónde te gustaría vivir?, le preguntaban. Y con los años, ella contestaba, con más convencimiento, que en una bola de nieve.

***

Desde pequeña me pregunté por qué no sonreía. ¡Vivía en el rincón con más fantasía de mi habitación!: la nieve, siempre, le rodeaba y no parecía que doliera, fría, al cogerla. Además, sólo había que agitarla suave para que invadiera todo, y tardaba mucho en llegar al suelo (llegué a contar, en alguna ocasión, hasta un minuto). ¿No la vería? Nunca lo entendí.