Luke nº 115 - Marzo 2010 (ISSN: 1578-8644)

Búsqueda personalizada
Busca los autores o artículos de LUKE desde Enero de 2000.
Plazas: Water Tower Place
... A la salida de aquel portento arquitectónico que se perdía entre las nubes, atisbé una torrecilla de tamaño casi ergonómico rodeada de algunos árboles y se lo comenté a mi esforzada guía. "Es lo único que quedó del incendio del 1871", me dijo telegráficamente. ...

Vicente Huici

Desde el primer coffe break, Altagracia no había parado de hablarme de Unamuno. Con ello había conseguido que yo no dijera ni una palabra en inglés, supuesto objetivo de mi estancia en Chicago, y que me recordara a uno de los tipos más pelmas que en el mundo han sido. Pero Altagracia era una mejicana alta y graciosa y tenía el buen ver que han de tener todas las veinteañeras, por lo que se le podía perdonar su cháchara imparable.

Por lo demás, Altagracia se tomó a pecho ("a pechos" según su propia e intranquilizante expresión) lo de enseñarme Chicago, y me paseó arriba y abajo por todos los centro comerciales de Loop, me llevó al Art Institute y, ante la evidencia de que nada de aquello me impresionaba, decidió meterme una tarde, muy pronto, en un partido de baseball de la mano de los Cubs.

Aquello tampoco me impresionó mayormente, pues me recordó a las corridas de toros de San Fermín: un montón de gente (un gran montón, cierto) que no paraba de beber y que de vez en cuando estallaba en gritos delirantes cuando cambiaba un gigantesco marcador que, por lo visto, indicaba lo que ocurría allá abajo, en las profundidades del Wrigley Field Stadium.

Ante mi imperturbabilidad casi oriental, Altagracia me subió a la punta del John Hancock, el edificio escalable más alto de la capital de Illinois, por ver si padecía de vértigo insuperable. Pero lo superé y, desolada, enmudeció mientras bajábamos lentamente hacia la civilización.

A la salida de aquel portento arquitectónico que se perdía entre las nubes, atisbé una torrecilla de tamaño casi ergonómico rodeada de algunos árboles y se lo comenté a mi esforzada guía. "Es lo único que quedó del incendio del 1871", me dijo telegráficamente.

Fuimos hasta allí y nos sentamos en uno de los dos bancos de madera que circunscribían la pequeña plaza que rodeaba a la torrecilla. "Es la toma de agua de los bomberos", apuntó Altagracia extrañada ante mi interés. Permanecimos en silencio un buen rato, alternando la contemplación de aquel curioso edificio con tímidos aplausos a un grupo de adolescentes que entre el edificio y nuestro banco se dedicaban a hacer contorsiones extremas al ritmo interminable de un rap. En el banco de al lado, un viejecito que parecía la reencarnación del viejo poeta Sandburg, daba de comer a una palomas asustadas.

"Ahora me gustaría tomarme aquí mismo una buena hamburguesa y una coca-cola", dije a Altagracia sin darme muy bien cuenta. "Pendejo de mierda", soltó la chavala levantándose y dándome un cariñoso cachete. "Ni se mueva, ahora vuelvo", añadió apuntándome con el índice de su mano derecha.

Y allí me quedé, tan contento en mi banco de madera, en aquella pequeña plaza, rodeado de altos edificios y adivinando la presencia próxima y enorme, siempre inquietante, de las profundas aguas del lago Michigan.

Water Tower Place