Luke nº 116 - Abril 2010 (ISSN: 1578-8644)

Posiblemente todo el mundo haya hecho alguna vez en su vida un puzzle, uno de esos pasatiempos cuyo objetivo es, en general, tan simple como compleja su resolución. En realidad, todos los puzzles pueden resolverse del mismo modo, pero uno tiene, ante todo, que familiarizarse con las dimensiones y características cromáticas de las piezas, que son el resultado de la fragmentación nunca caprichosa de la figura final. Sin entrar a valorar qué resulta más excitante, si el proceso o su conclusión, la motivación esencial que alienta este juego es otorgar orden a aquello que en apariencia está privado de él.

Conviniendo paralelismos, esto es algo muy similar a lo que ocurre cuando leemos un libro de relatos, sobre todo si el texto resulta de naturaleza tan heterogénea como éste, donde uno se ve empujado a realizar una operación semejante para darle sentido al libro. Del mismo modo que ante un puzzle, uno debe preocuparse de hacer encajar en su contexto la serie de relatos, no sin antes haber percibido cuidadosamente sus contornos. Sólo así puede lograrse la reconstrucción total de la pieza, que no ha de ser leída de forma lineal (al menos no en este caso).

Si tuviera que abstraer los tres puntos nodales que vehiculan estos textos, en mi opinión, gravitarían en torno a las excursiones nocturnas, la sexualidad intensa pero a veces reprimida, y la evocación alegórica de una falta, una ausencia, que aniquila las pasiones, la vida misma; porque Tejidos conjuntivos es, finalmente, un libro romántico. Y digo “romántico” acercándome sobre todo a la percepción más extendida y habitual del término, que implica un total sentido de libertad, de emancipación creadora y de espontaneidad emocional. Esto es algo que uno puede comprobar en prácticamente todos los relatos que conforman este libro, donde se persigue cierta catarsis, un refugio, ahondando en la experiencia a través de lo sentimental y de los sentimientos –quizá lo más importante en la vida de este libro, algo que no debe entenderse como una falta de exigencia y de compromiso poético, sino como celebración de las emociones más íntimas del hombre–.

Concluido este proyecto, para José Manuel de la Vega es ahora el momento de empezar a contemplar otros horizontes; para sus lectores, el momento de intervenir en estos textos para extraer de ellos una figura final, el sentido, la imagen que esconde el puzzle.