Luke nº 116 - Abril 2010 (ISSN: 1578-8644)

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Overbooking: Una clave (III)
... Respiraba, a rachas, al ritmo de las ramas contra el cristal y se imaginaba oscura, rabiosa, agresiva como la tormenta. Nada de luz, ni fuera ni dentro, ni en ella. Nada de silencio, ni fuera ni dentro de ella ...

Irene Basilio

Había escuchado hablar de ello, pero ante los primeros rumores se había envalentonado. Era imposible, casi impensable en los días que corrían. La exageración, pensó, siempre ganaba al aburrimiento, y eso hacía que las palabras se escribieran en mayúscula desde que la batalla, entre ambas partes, terminaba.

Eran tiempos modernos. Rápidos. El movimiento, siempre hacia delante, y la pausa... la pausa era, con razón, algo en peligro de extinción. Evolucionar con desarrollo era la premisa contemporánea y la contemplación –más, la reflexión– había pasado a ser cosas pretérita... algo imperfecta.

Así que aquello serían sólo habladurías de portal, cuentos que la gente se contaba, historias que los desconocidos compartían en forma de confesión cercana. Nada de eso, si no, tenía sentido.

¿No?

***

Hoy pasaría frío, se dijo, pero hacía quince minutos que había salido de casa... Había metido la pata poniéndose ese jersey: el café del desayuno, la ducha caliente y la rojiza luz del día se la habían jugado. El invierno soplaba, de verdad, y lo hacía enfadado, con fuerza, haciéndole incluso llorar.

Pero llegaba tarde, no había pausa posible, no cabía una rápida vuelta. El avión llegaría en media hora, la última que le quedaba antes de verle, no regalaría ni un minuto más a la espera. El viaje había sido largo –sin embargo, no tan cruda la distancia–. Cada cual en su rutina, tal y como rezaba el acuerdo. Nada de obstáculos para ninguno de los dos. Unos meses lejos para, a la vuelta, estar más cerca. Aquello cumplido, llegaría la primavera.

Los ánimos andaban revueltos en el aeropuerto: el cielo no lo estaba poniendo fácil y los vuelos llegaban con retraso. Respirando lo que su estómago le dejaba, apenas sin poder sentir los pies del frío, buscó rápido una pantalla: "Viena... Viena... Vie... ¡Desembarcando!".

Corrió.

***

Apenas se le intuía allí escondida. Más se le oía llorar, aunque el viento se había quedado al otro lado de la ventana. Respiraba, a rachas, al ritmo de las ramas contra el cristal y se imaginaba oscura, rabiosa, agresiva como la tormenta. Nada de luz, ni fuera ni dentro, ni en ella. Nada de silencio, ni fuera ni dentro de ella.

Imposible, se decía. No lo quería ni pensar. Aburrida de tristeza, exageraba la batalla entre sus tiempos modernos y los cuentos de siempre. Contemplaba su reflexión y se desconocía: sin movimiento, en una continua pausa sin nadie con quien compartirla.

Todas las previsiones lo habían dicho, la gente lo había comentado en la calle: una fuerte tormenta llegaría sin miedo a arrasar un mundo de evolución. Lo natural acabaría con cualquier cimiento imperfecto. Y lo haría, además, sin pestañear. Quedarse fuera conllevaría, sólo, peligro... Como el querer, ya lo decían los rumores. Se le intuía allí escondida. Más se le oía llorar, aunque el viento se había quedado al otro lado.