Luke nº 116 - Abril 2010 (ISSN: 1578-8644)

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Cientificismo
... Para poder cambiar y evolucionar nos hemos apoyado en nuestra capacidad de imaginar, y hemos llegado a inventarnos a nosotros mismos a través de la fantasía, y hasta nos hemos trascendido ...

María Luisa Balda

Los humanos, en sus orígenes, al igual que ocurre con los niños en sus primeros meses de vida, no podían todavía distinguir entre el yo y el no-yo: eran un elemento más, sin posibilidad de diferenciarse del medio natural en el que habitaban y del entorno que les rodeaba.

Aún no les torturaba el conocimiento de los límites entre uno mismo y lo externo.

Aún no se había generado esa consciencia que nos ha ido distanciando de la naturaleza de la que somos parte.

Y en ese constante proceso de separación, generación tras generación, el ser humano se ha servido de herramientas que le han ayudado a manipular su ambiente físico.

Y también, en ese proceso de distanciamiento, los humanos adquirieron el don de la palabra y empezaron a poner nombre a los seres animados e inanimados, y el lenguaje fue el modo y el medio de nombrar la naturaleza como si no perteneciéramos a ella.

Para poder cambiar y evolucionar nos hemos apoyado en nuestra capacidad de imaginar, y hemos llegado a inventarnos a nosotros mismos a través de la fantasía, y hasta nos hemos trascendido, intentando nombrar lo inexplicable con la ayuda de los mitos.

Sin embargo, en estos momentos estamos perdiendo esa facultad nuestra de observar la realidad con una mirada distanciada de los hechos: la sustancia concreta del presente nos contamina; nuestra voz no encuentra nuevas maneras de relatarnos lo que hemos sido y lo que somos, ni aciertan nuestros ojos a enfocar el horizonte e imaginar una existencia adaptada a otras formas de hacer y de estar.

Y aunque la capacidad de narrar cuentos y mentiras está en alza en el mundo de la política, de la literatura y del arte, sólo se otorga valor de conocimiento al llamado razonamiento científico. De la objetividad, dicen. Y de la experimentación.

De la evidencia, se atreven a proclamar, para reducirnos al puro terreno de la técnica y de la obtención de resultados prácticos a corto plazo.

Y esta manera de entendernos, y de entender lo que nos rodea, se nos impone como la única forma de manejar con eficacia y consideración la realidad.

Ese camino significará perder aptitudes para alejarnos de lo concreto, e implicará olvidarnos de deseos y de sueños, esos a los que la literatura nos enseñó a poner nombre.

Nuestra negociación con la realidad puede así quedar reducida a lo que fue en su principio: un manejo puramente instrumental del entorno que nos rodea.

Aunque eso sí: con herramientas altamente sofisticadas y con nosotros extraviados en lo virtual.

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