Luke

Luke nº 105 - Abril 2009
ISSN: 1578-8644
Pedro Tellería

Festival de jazz (sección no oficial)

Para Joseba e Irene

Tuve la suerte de hablar con Raúl Romo, su saxofonista, este julio, durante el Festival de Jazz de Vitoria-Gasteiz. Soplaba el viento, la carpa casi vuelca y por poco nos echan de la sección oficial, pero son cosas que pasan. Quizá estábamos bajo el influjo de su música bailable, caliente y amarilla. Ah, se me olvidaba. Hablo de The Hot Wok, el cuarteto vitoriano de jazz que es capaz de hacer bailar a un elefante escayolado. Ahora que escucho el segundo tema, recuerdo a Morphine y a su saxo hipnótico y depresivo. Pero hay más, no se asusten, hay mucha alegría en el disco. Por ejemplo, en “San Andreas Ye-Ye”, el comienzo medio ska da paso a una armonía de toda la vida con la que levantar los brazos y mirar al cielo en una mañana de sol. Ay, la música y los músicos. ¿Hay algo más gracioso que un trombón tocado con sordina? Probablemente un sampler de Rocky (la película) como el grabado en el tema “Ramiro Queay”: “Si tiras la toalla, te mato”, amenaza Rocky, aunque no vean nada sus ojos hinchados a puñetazos. Claro que sí, los músicos esforzados son fajadores de películas de serie B o no son nada. Gonzalo Fernández de Larrinoa al trombón; Jon Ander Sánchez Rexach a la tuba; y Periko Ráez a la batería. Ay, la cultura, en ella he pensado mucho durante este verano y he llegado a la conclusión de que hay dos clases de cultura: la que se pone guantes de currante y la que no. The Hot Wok se enfundan los guantes, ensayan, queman kilómetros y después te saludan por la calle como si nada. Por “Picadillo Street”, por ejemplo, con arenga ragga incluida para entrar en calor por la jungla del asfalto. ¿Se me ha ido esta crónica de las manos? Quizá sí, tal vez no. Pero en mitad de la época global me apetece reclamar mi porción de oriundidad y proclamarme seguidor de los músicos de mi ciudad. ¿Qué pasa? ¿Otro ejemplo? Steamboat Jazz Band, una perfecta banda de música de Nueva Orleáns (sí, el viejo jazz, el primitivo, el de Jelly Roll Morton, por ejemplo, o el de Bix Beiderbecke, de Davenport, a 1.600 kilómetros del Delta) que me hizo volar por los aires de un garito sin nombre a altas horas de no sé qué madrugada de julio. Juro que sólo bebí cerveza sin alcohol. Carnaval, funeral pagado con perlas, calor, sudor, olor en mitad del mes de la cosecha, cuando más se pudre el pantano. Hablé también con Iker Martínez de Luko, su trompetista, y Xavier Moraza, su pianista; gente agradable, buena, capaz de sumergirse en un compás como si fuera una pecera y no salir de él jamás. Así son mis héroes de cómic. Una trompeta en lugar de un escudo, un trombón en lugar de una espada y una tuba en lugar de una capa. Y a bailar hasta que las piernas se partan.