Luke

Luke nº 105 - Abril 2009
ISSN: 1578-8644
María Luisa Balda

El lector del futuro

Luis García Montero decía que, en el proceso de escribir, el escritor se conoce a sí mismo; y añadía: el lector busca en lo que lee también un reconocerse, un descubrir su propio rostro, ya que la lectura posibilita un verdadero uso de la conciencia individual.

En ese proceso de conocimiento, explica este poeta, es donde se establece el diálogo entre escritor y lector interesado.

En este sentido, el lector ideal es una suerte de compañero de viaje del escritor: una compañía con la que desea compartir un espacio de comunicación a través de las palabras. Pero, paradójicamente, ese lugar de encuentro se da en un ámbito de soledad: una soledad coincidente, en la que lector y escritor pueden notar la cercanía pese a la distancia temporal.

En este momento que vivimos, nos decía también Luis García Montero, no se potencia la conciencia individual, sino que la complejidad del mundo nos la sirven en breves titulares que simplifican la realidad, y se propagan fácilmente ideologías de pancarta publicitaria.

Y parece algo evidente: saturándonos de información administrada en píldoras repetitivas, nos convertimos en seres más manipulables, menos libres.

Naturalmente, no se da hoy la situación propicia para que crezca el lector interesado de que nos habla Luis García Montero.

No obstante, ocurre que, mientras el lector se debilita, la figura del escritor persiste con tenacidad, y rastrea su sí mismo, y anda desazonado por el deseo de comunicación.

No. No es la racilla de los escritores la que está en peligro de extinción; al contrario: esta categoría de humanos crece como una hierba fragante pero inservible porque quien está en peligro de extinción es el lector: en la frente de los que ahora son niños viene anunciada su descomposición.

Y digo esto porque educativamente no se promociona el sosiego, ni la calma que exige la lectura; como tampoco se alienta la capacidad que es precisa para escuchar un relato o atender a un texto donde se unan pensamiento y emoción.

Los niños y niñas crecen hoy abrumados por infinidad de objetos que deben desear, y por cantidad de estímulos visuales y auditivos que deben atender.

Este atender rápida y selectivamente a todo lo que llama su atención no les hará intelectualmente más capaces, ni más sabios: la dispersión nunca se ha aliado con la hondura de emociones ni de pensamientos.

Pero esta preparación quizá sea necesaria para que las nuevas generaciones toleren el bombardeo de politonos, enlaces textuales e hipertextuales, y anuncios de haz esto y compra aquello.

Quizá no profundizar en nada sea la fórmula que les permita soportar ese no saber qué hacer consigo mismos cuando se quedan quietos.

Quizá sea el único modo de resistir, sin caer en la locura, el futuro de vivir en constante zapping que les estamos preparando.

en olas de color