Luke

Luke nº 110 - Octubre 2009
ISSN: 1578-8644
Javier Martín Ríos

La literatura como bluff

Acaba de publicarse en castellano el libelo que escribió Julien Gracq en 1950 para denunciar las distorsiones y mezquindades que rodean al mundo de la literatura. La littérature à l’ estomac, traducido en la editorial NorteSur como La literatura como bluff, sesenta años después, sigue estando tan vivo como en el año de su publicación en la revista Empédocle, dirigida por Albert Camus. Quizá añadiría que los abusos denunciados por Julien Gracq en torno a la literatura son en la actualidad aún más pronunciados e imposibles de corregir. El mercado literario ha impuesto sus reglas, sus productos, sus premios, sus modas... y nada se puede hacer contra semejante fortaleza, casi imposible de asediar. Entrar en ella o vivir fuera de ella, en la intemperie, es el gran dilema al que se enfrentan tantos escritores cuando quieren publicar sus manuscritos. David contra Goliat, pero en este caso siempre vence la lógica y Goliat termina estrangulando a David con su propia honda. En esa fortaleza sólo pueden entrar muy pocos escritores, algunos por méritos propios y muchos otros por azares incomprensibles de la vida. Como en 1950, la rueda de la literatura sigue girando con sus luces de neón en medio de la noche como una noria en un parque de atracciones. Nada ha cambiado, todo sigue igual y, como he escrito en más de una ocasión, no hay que estar siempre quejándose. Sólo hay que dejarse fluir, como el agua, y el destino ya dirá.

Julien Gracq es el claro ejemplo de escritor que no ha tenido que asediar ni adueñarse de ninguna fortaleza para hacerse un lugar tan privilegiado en las letras universales del siglo XX. Él creó su propia fortaleza y dejó siempre la puerta abierta para quien quisiera echar una mirada en el interior; siempre queda la posibilidad de quedarte o de marcharte, libremente, y, en su caso, muchos lectores se quedaron atrapados entre sus murallas. Obras maestras como la novela El mar de las Sirtes nos muestran que no es necesario entrar en la vorágine del mercado literario para ir engrandeciéndose como escritor con el paso de los años. La buena literatura tiene ese don de permanecer en el tiempo, de seguir a flote en mares demasiados transitados, donde muy pocos, por muy vistosas que sean las velas, llegan a puerto para de nuevo echarse al mar.

Julien Gracq huyó siempre de los focos impostados de la fama; no los necesitaba, sólo quería escribir y publicar lo más dignamente posible sus obras. Fue profesor de Geografía e Historia en un instituto de París y, cuando se jubiló, volvió a instalarse en su pueblo natal, Saint Florence-le-Vieil, en Bretaña. Durante media vida alternó la enseñanza con el cultivo de la escritura; además de la novela, practicó la critica literaria y la literatura de viajes, en forma de apuntes, bosquejos, notas, pequeños ensayos, reflejo de su pasión lectora y su inquietud intelectual. Podría haber quedado relegado en un segundo plano en las letras francesas, pero en su caso la palabra llegó a esa inmensa minoría que no se rige por las inquisiciones del mercado, por lo “no literario”, como muy bien lo definía el mismo Gracq. Y su triunfo es el espejo en el que deberíamos mirarnos, tanto los escritores como los lectores que aún creemos en una literatura más allá de las modas y las listas de libros más vendidos del momento. Porque la denuncia de Julien Gracq en La literatura como bluff seguirá igual que siempre. Escuchar tu voz o el eco de la multitud es una decisión propia, tuya, lector.

Julien Gracq
Julien Gracq