Luke

Luke nº 106 - Mayo 2009
ISSN: 1578-8644
Ricardo Triviño Sánchez

COMIC: Rosas

Para la fiesta de Sant Jordi el 23 de abril, día del libro en Cataluña, me hubiera gustado que me regalaran un cómic. Que me hubieran regalado, tal vez, el Prototipo (La Cúpula) de Ralf König, que es la personal visión, como personal fueron sus interpretaciones de Lisístrata y Otelo, de este genial autor sobre el Génesis. Sin concesiones, lanza una mirada crítica e irónica sobre el fervor religioso, el cientifismo exacerbado y el ateísmo desorientado. Nadie está libre ni de las Grandes Preguntas ni del ridículo terrenal.

Podrían haberme sorprendido también con Las calles de arena (Astiberri) de Paco Roca, una historieta que nada tiene que ver con Arrugas y que tiene su punto fuerte en la imaginación del autor y su capacidad para plasmarlo en el papel. Sus páginas guardan una "Alicia en el País de las Maravillas" reformulada, o un "Atrapado en el tiempo" donde el reloj corre por ese extraño e inextricable barrio llamado "Las Calles de Arena" de cuyo laberinto el protagonista es incapaz de salir. La paleta soberbia de colores retrata el absurdo y el surrealismo de un argumento que, desgraciadamente, finaliza demasiado bruscamente, dando sensación de inconclusión, de carencia.

No habría rechazado el Ombligo sin fondo(Apa Apa) de Dash Shaw, obra torrencial de 720 páginas de este autor que hasta ahora había pasado desapercibido con su primera obra traducida La boca de mamá, de manos de la misma editorial. No sólo su tamaño y el detalle de aparecer con dos portadas distintas la hacen especial. Esta historia, que habla del divorcio del matrimonio Loony después de 40 años de casados y las reacciones de sus hijos, es maestra en el uso del lenguaje secuencial, del análisis profundo de lo nimio y la explotación positiva de los silencios. Provoca sensaciones tan descorazonadoras como un cómic de Paul Hornschemeier (Madre vuelve a casa, Las tres paradojas) y evita convertirse en uno de esos autores de lo cotidiano, tan de moda, que disfrutan dibujando un gato salir de una bolsa sin plantearse su necesidad. Las particularidades de los personajes de Shaw, en cambio, son espejos de una pena universal.

Ni un asco le hubiera echado a Mi pequeño (Norma) de Olivier Schrauwen, cuya historia brilla por un estilo calcado, y tremendamente conseguido, de algunos de los grandes padres de este medio. Este belga que da la espalda a Hergé para beber de los maestros norteamericanos de principios del siglo XX (McCay, Outcalt), juega con una trama de conexiones oníricas tan fidedignas a su fuente que nos hace creer que en la última viñeta aparecerá el pequeño Nemo despertándose de uno de sus espléndidos sueños. Se lee y se sigue, como McCay, por el placer de la línea bellamente dibujada. Tan acertado es que el color recuerda a las planchas de Little Nemo. Se trata de una delicia visual que nos habla con humor y nostalgia de la relación atípica y burlona de un padre con su hijo.

En fin, que abrí mis brazos de par en par en día de Sant Jordi nadie me lo va a negar. He dejado de citar a muchos a los que también abrazaría o por los que me dejaría acunar. Pero abrir los brazos no es suficiente si no viene otro par volando. Siendo que la montaña de tebeos no vino a Mahoma, fue Mahoma quien fue a la librería y se los leyó gratis. Lo siento por las ventas pero, en plena crisis, tenía un dragón dentro de mí y Batman va a llegar demasiado tarde para matarlo. Os lo aseguro, el bicho era enorme.

Ombligo sin fondo