Luke

Luke nº 107 - Junio 2009
ISSN: 1578-8644
Emilia Lanzas

La función del arte moderno

La sección inglesa de la Internacional Situacionista realizó en 1967 este estudio sobre la función del arte moderno. Su lúcida visión es hoy cien por cien aplicable a nuestra contemporaneidad, toda vez que el arte está cada vez más preso en el espectáculo social. El arte –convertido también en mercancía– contribuye a la ausencia de palpitación, a la incapacidad de desear y vivir, a las cotidianeidades vacías que configuran hoy la auténtica miseria de cada uno. El arte, como parte fundamental de lo que llamamos “nuestro tiempo libre”, participa de forma preeminente en la creación del espectador pasivo y, por tanto, esclavo.

Este alejamiento de lo que es en verdad la vida es lo que le cuestiona y le desautoriza: “Los situacionistas consideran la actividad cultural, desde el punto de vista de la totalidad, como un método de construcción experimental de la vida cotidiana, que puede ser infinitamente desarrollado con la extensión del ocio y la desaparición de la división del trabajo (y en primer lugar y ante todo, de la división del trabajo artístico). El arte puede dejar de ser una interpretación de las sensaciones y convertirse en una creación inmediata de sensaciones más evolucionadas. El problema es cómo producirnos a nosotros mismos, y no objetos que nos esclavicen” (Internationale Situationniste).

La vida y el arte no pueden estar separados. Y si se crean el tiempo y el espacio real donde puedan desarrollarse nuestros deseos se logrará la obra de arte total. “El arte, como el resto del espectáculo, no es sino la organización de la vida cotidiana en una forma en la que su verdadera naturaleza pueda desdeñarse mejor y convertirse en la apariencia de su contrario: ese lugar donde la exclusión se hace pasar por participación, donde la transmisión unilateral se hace pasar por comunicación, y donde la pérdida de realidad se hace pasar por realización”.

El artista ha salido de su cubículo para desempañar también un papel en la sociedad del espectáculo y, por tanto, ejerce su función en el control de la masa. Su principal misión es vender una falsa rebelión que nos distraiga de la rebelión real. Frente al arte, frente a la cultura, sólo caber reivindicar la alegría de la subversión y, sobre todo, el juego: “Es el deseo de jugar lo que afirma toda revuelta real contra la pasividad uniforme de esta sociedad de la supervivencia y el espectáculo”.

El libro se completa con dos excelentes textos: uno de Asger Jorn sobre Guy Debord y otro de T. J. Clark y Donald Nicholson-Smith titulado “Por qué el arte no puede acabar con la Internacional Situacionista”.

Ficha técnica:
Título: La revolución del arte moderno y el moderno arte de la revolución
Editorial: Pepitas de Calabaza