Luke

Luke nº 107 - Junio 2009
ISSN: 1578-8644
Enrique Gutiérrez Ordorika

Apunte teatral

Había descorrido el telón para que el drakkar entrara en el encuadre. Lo veía en el papel saliendo de la rompiente. Habrá quien dirá que el oleaje no va a caber en el escenario. Los observaba a ellos, mis personajes, y pensaba que es tan preciosa y corta la vida. Chejóv habría retratado el momento fugaz, eso es el teatro. ¿A quién irán a buscar? Tanta era su ansia que bautizaron a una tierra blanca “País Verde”. ¿Acaso uno no viaja también al infierno buscando esperanzas? Odín siempre está presente, no hace falta nombrarlo. Su cruel ironía se disfraza de carcajada. Es, desde todo punto de vista, creíble que un proscrito preste atención a historias que mentan nuevos y lejanos parajes. Podría parodiar al colono Gunnbjörn hablando de que en la tempestad todos los litorales son desconocidos. Podría jugar con la verdad, y presentarle con la certeza del inocente y la obscena locuacidad del borracho; pero no debo caer en la tentación de extenderme. Al fin y al cabo, todas las historias contienen la misma historia. Es cierto que es lícito jugar con los nombres. Las palabras encierran sonidos mágicos. Partirán de Gardarholm o Schneeland o Thule o Islandia. Toda trama puede partir de la búsqueda del origen, todos lo desconocemos aunque lo hemos visitado por lo menos el soplo de un segundo. ¿Cómo hacer que enrede sin delatarse la artimaña? En el bosque del corazón se perdió y nosotros hayamos a un hijo de vikingos que el bardo nombró Hamlet. El tema lo atrapé leyendo un libro vetusto. Se trata de una historia banal antes de ser historia, una historia en la que, como siempre, es la naturaleza la que se ríe jugando con la inquietud de los hombres. Un joven deseaba volver a ver a su padre y se adentró en el inmenso mar desconocido. Guiándose por el instinto, siguió el fiel de la brújula que persigue la estela del norte. Iba con otros. Viajaban hacia el oeste, a un oeste particular y mágico que no dejaba de brotar de ellos mismos. Navegaban en el solitario navío vigésimo sexto. Veinticinco habían salido mucho antes siguiendo a Erik el Rojo. Es casi seguro que viajaban en un knorr de largos remos al que habrá que buscar un nombre adecuado. Tal vez cuatro rostros sean suficientes, como los puntos cardinales: Bjarne Herjulfsson, sol verídico; Gudni Olavssonj, viento sur de la ira y las tardes escarlatas; Baldur Smör, la quietud del fresno tumbado en la nieve; Birkir Sverrisson, la hoja solitaria de la duda y la melancolía. En manos del error o la verdad, la vida arrulla nuestra propia deriva. Alejados por el tiempo acuoso, de nada sirven los fiordos en los que reposa la calma. Hechos de tempestades, sólo la locura o la muerte pueden alejarnos de nosotros mismos. Cuando caiga el telón volveré a releer unos versos de Egill Skallagrimson, el más conocido de los poetas escaldos: “Odín, el guerrero habituado al combate, me concedió un arte perfecto y sin tacha, que obliga al enemigo a descubrir sus tretas, tal es la fuerza de la poesía”. Luego colocaré un título: Grünnland. Buen nombre para un barco. Y, mal o bien, reconoceré que me estoy descubriendo a mí mismo.

drakkar