Luke

Luke nº 108 - Julio-Agosto 2009
ISSN: 1578-8644
Javier Martín Ríos

Siempre Ítaca en la memoria

A menudo recuerdo los días en que me subía a un tren y partía hacia lugares remotos y perdidos en el Lejano Oriente. Eran otros tiempos, la de una juventud que poco a poco se va alejando de mi cuerpo, cuando no me fijaba planes de futuro más allá de un año y los días, entonces, parecían que no tenían fecha de caducidad al caer la noche. Subirse a un tren y dejar la mirada perderse en el paisaje, en el vasto horizonte, en la vida que entreveía tras el cristal de las ventanas. Llegar a la meta fijada de antemano en el mapa era lo menos importante. El final del viaje es una excusa para el viajero, porque la esencia del viajar es el fruto que se recoge en la experiencia de recorrer el camino. “Llegar allí es tu meta, mas no apresures el viaje”, como nos enseñó Konstantino Kavafis en su célebre poema Ítaca, versos que uno ha tenido como lema en la vida desde hace ya muchos años. Todo viaje termina en Ítaca, porque todos los lugares son Ítaca. Y por eso nunca hay que apresurar el viaje, pedir que el camino sea largo y, si es posible, llegar al lugar soñado cuando uno ya es viejo.

El camino brinda al viajero el encuentro con la libertad y, sobre todo, el encuentro con uno mismo. El viaje propicia esa soledad que en algún momento de nuestras vidas es tan necesaria para seguir adelante. Y además está la libertad del acto de la escritura, esa palabras que vamos escribiendo intermitentemente en el cuaderno de notas, esa reflexión inmediata sobre todo lo que nos encontramos y observamos en el camino, que hace más profunda la experiencia del viaje, aunque después estas palabras nunca terminen impresas en un libro. El escritor no elige un viaje para tener un motivo del qué escribir. Es el viaje el que decide si el escritor debe escribir sobre lo que ha vivido a lo largo de los días y las noches. Forzar la escritura nunca ha sido un buen remedio para esquivar ese miedo del escritor al blanco del papel. Cuando se trata de literatura de viajes, menos aún. No hay que olvidar que ese bagaje invisible que nos ha dejado el viaje ya se quedará con nosotros para el resto de nuestras vidas, dulce dádiva en nuestra memoria, a cambio de nada. Y eso debería bastar para el viajero. Ítaca, al fin y al cabo, siempre estará en nuestra memoria y podemos refugiarnos en sus costas cuando más necesitemos huir del aburrimiento y la rutina de los días.

Ya ha llegado el verano, tiempo propicio para viajar y visitar otros lugares. El duro calor en estas tierras del sur invita a huir pronto de la calle y buscar refugio en casa. En esta época es cuando el viajero recuerda con más añoranza aquellos días que no tenían fecha de caducidad cuando llegaba la noche, cuando todos los caminos eran demasiado largos y no había mucha prisa para llegar al final del viaje. En los anaqueles de mi biblioteca aún quedan restos de aquellos cuadernos de notas que nunca terminaron impresos en revistas ni en libros. Mas no fue un esfuerzo en vano. Cada vez que abro estos viejos cuadernos escucho en mi interior una llamada por un altavoz de cualquier estación de provincias, que anuncia la salida inmediata de un tren, y que yo subo al vagón en el último minuto para iniciar ese viaje que me lleve de nuevo hasta mis Ítacas.

Tren