Luke

Luke nº 103 - Febrero 2009
ISSN: 1578-8644
Javier Martín Ríos

Mudanza

Cada cambio de casa supone un final y un soplo de nueva vida, una tristeza por lo que se abandona y cierta ilusión por lo que está por venir. Es difícil separarse de ese espacio en el que hemos habitado durante largo tiempo, de comenzar, de pronto, a decir adiós a todos esos objetos y cosas que han formado parte de tu existir diario, de finalizar con esa extraña convivencia con todo lo que te rodea y que por sí sola ha impuesto su propia lógica y normas de cotidianeidad. Cuando las paredes se van quedando vacías en el proceso de la mudanza, la tristeza te embarga y los recuerdos por todo lo vivido en ese lugar fluyen como los cortes de muchas películas antiguas vistas desde la primera fila de butacas de un cine vacío. La única diferencia con el cine, es que tú eres protagonista de todas esas imágenes que fluyen desde esa pantalla invisible que llamamos conciencia.

En una mudanza, los libros son siempre los primeros en ponerse en marcha, en movimiento, directos a las cajas, y ahí se quedarán hasta que vuelvan a la luz en una nueva estantería, en una nueva pared, en un nuevo hogar. Mover varios miles de libros no es tarea fácil, y la repentina duda de qué hacer con ellos es muy posible que se te pase por la cabeza. En cada mudanza es fácil que te asalte la tentación de desprenderte de un buen número de volúmenes que apenas dejaron huella en tu historia de lector, de ir a venderlos por una irrisoria suma de dinero en esos cementerios de libros de las librerías de viejo, pero aún no te atreves a tomar tan drástica decisión. Hay una fuerza interior que te dice que no hagas tal cosa, que aún no ha llegado el momento de jubilar tal o cual ejemplar de la biblioteca, y por eso todos los libros irán a parar al interior de las cajas, sin excepción alguna, hasta que en el futuro llegue la hora de otra mudanza y las mismas dudas te asalten de nuevo.

Uno aún no tiene casa propia, apenas cuenta con patrimonio personal, pero tiene varios miles de libros, escritos en varios idiomas, que se han ido haciendo un hueco en todos los hogares que he ido construyendo y deshaciendo por diversas ciudades en los últimos trece años de mi vida. De momento es el único legado que podrías dejar en este mundo y un buen puñado de páginas escritas que quizá –o quizá no– algunos lectores recuerden en el futuro. Muchos de estos libros siempre han ido contigo de ciudad en ciudad, han viajado de una parte del mundo a otro, han cruzado océanos, han pasado fronteras de muchos países, en avión, en barco, en tren, miles de kilómetros recorridos para estar siempre a tu lado e iluminar los vacíos tan plenos que siempre brinda la soledad.

Ahora sólo se trata de un cambio de casa en tu ciudad, de un barrio viejo a un barrio nuevo, una mudanza fácil en comparación con años pasados. Contigo se irán todos los libros, porque aún no ha llegado ese día en el que quizá tengamos que despedirnos para siempre, y de momento seguirán ocupando las mismas estanterías que han dejado de ocupar por sólo unos días, y siempre habrá sitio para los que vengan, recién salidos de la imprenta o envejecidos tras un largo tiempo en cualquier estante de una librería de viejo de la ciudad. Y la biblioteca seguirá ampliándose hasta la próxima mudanza, hasta que de nuevo te asalten las dudas de qué hacer con muchos de ellos, y otra vez te encontrarás en medio de una encrucijada en la que nunca quisieras tomar una última decisión.

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