Luke

Luke nº 103 - Febrero 2009
ISSN: 1578-8644
Vicente Huici

Mirando hacia otra parte: Escrituras VII: La escritura de la Historia

Desde Herodoto, la Historia se reconoció en un territorio intermedio que no era ni el del mito recibido ni el de la mera explicación racional. Se reconoció como investigación (`istorie) de acontecimientos más o menos próximos en la que mitos y explicaciones, junto con largas descripciones, fundamentaron su elaboración escrita. Esta manera de hacer historia fue luego recogida entre los romanos por Julio Cesar en sus famosas obras La Guerra Civil y La Guerra de las Galias, que tuvieron tanto de crónica como de repertorio etnográfico.

Junto a Herodoto y a Julio Cesar, Tucídides y Tito Livio representaron la inclinación de la balanza hacia una investigación histórica más crítica, en la que se esbozaban unas causas de los acontecimientos y en la que se admitían testimonios indirectos. Esta nueva forma de hacer Historia recondujo la atención de los historiadores hacia un pasado que no habían conocido, lo cual se entendió como un factor de objetividad.

Tras el periodo medieval y el Renacimiento, el siglo XIX trajo consigo un acentuamiento de las corrientes críticas y de las grandes explicaciones racionales del acontecer histórico. Así, por un lado, el movimiento positivista intentó convertir la Historia en una disciplina científica, proyectando una gran atención hacia las fuentes documentales y, primero Hegel y después Marx, pretendieron dar una explicación racional de todos los acontecimientos de la humanidad, presentando una evolución de continuo progreso material y moral. Estas perspectivas optimistas se vieron empañadas por los grandes cataclismos económicos y bélicos del siglo XX y, consecuentemente, surgieron corrientes autocríticas entre los historiadores, como la Escuela de Annales, que rompió con el discurso ideológico del progreso.

Pero cualesquiera de estos intentos por salvar la Historia y la escritura histórica no pudieron eludir un foso que se había ido haciendo muy grande y que, desde la aparición de los medios de comunicación de masas, había ido separando lo que decían los historiadores y lo que los diferentes grupos sociales mayormente creían con respecto a los acontecimientos históricos. Estamos hablando del foso abierto entre la Historia y la Memoria Colectiva.

En efecto, entre los años veinte y los años cincuenta se evidenció que la Historia que escribían los historiadores era un discurso interesado, un dispositivo retórico avalado más o menos científicamente, pero que presentaba omisiones y alteraciones de los datos utilizados en función de sus adscripciones ideológicas. Así, muchos grupos sociales no se reconocían en las explicaciones proporcionadas por los historiadores y echaban mano de sus recuerdos para contraponerlas. Se ensayó entonces un nuevo giro en el ámbito de la Historia abriendo camino a una denominada «Historia Oral» que, recogiendo los testimonios de quienes habían vivido determinados acontecimientos, podía hacer conciliar la Historia y la Memoria Colectiva. No obstante, el intento fracasó porque los testimonios orales se volvían al cabo escritos y se entraba de nuevo en la rueda de las pruebas científicas. Pero también fracasó porque la «Historia Oral» no proporcionaba suficiente material para que se pudieran dar las grandes explicaciones que se le exigían. Y, finalmente, fracasó porque se descubrió que la Memoria Colectiva, como muy bien explicó Maurice Halbwachs (Los marcos sociales de la memoria, Anthropos, Barcelona, 2004; La memoria colectiva, Prensas Universitarias de Zaragoza, Zaragoza, 2004), era, asimismo, interesada y sólo recordaba aquello que le convenía para dar cuenta de los deseos y aspiraciones de quienes se hacían eco de ella.

La Historia como disciplina científica parecía quedar, por lo tanto, definitivamente desmantelada, pero el recurso a la Memoria Colectiva no proporcionaba mejor salida, puesto que de ambas era muy constatable su gran carga ideológica. Miraron entonces algunas mentes lúcidas hacia las Ciencias Sociales y quisieron ver en ellas la última oportunidad de hacer ciencia con los temas que habían sido hasta entonces más propios de las humanidades.