Luke

Luke nº 103 - Febrero 2009
ISSN: 1578-8644
José Morella

Bestiario

Felisberto Hernández, el gran narrador uruguayo, escribió un cuento llamado "La casa inundada". Con Felisberto me pasa siempre lo mismo: sus escritos me dan la sensación –incluso la primera vez que lo leí– de que estoy releyendo. No se lee, se relee. Esto no sé explicarlo mejor, tal vez sea una simple resonancia de su estilo. Cada vez que releo «La casa inundada» pienso: ¿Cómo no vi la fuerza de tal o cual imagen la primera vez? ¿Cómo se me pasó este símbolo? ¿Por qué no vi en esta frase tal o cual significado que hoy me parece obvio y genial? Es un texto pensado para quedar abierto y lleno de luces que vibran, lo mismo que un cielo nocturno. Nunca te pasa lo mismo cuando lo miras. La tendencia en Felisberto no es la de pulir el sentido, la de ir fileteando y cincelando el cuerpo de sus historias con una navaja hasta hacerlo un pequeño juguete de madera que encaja en la mano del niño-lector, sino todo lo contrario: crecer y reproducirse como bulbos de sentido, como esporas, como órganos de pensar o de sentir que el niño-lector transita lo mismo que una gran llanura que no parece terminarse, o que se termina siempre en un punto al que no hemos llegado todavía. No es un tren para jugar, sino el campo completo que el tren transita. «La casa inundada» se inicia con la posibilidad de que el narrador encuentre un trabajo bajo la protección de la extravagante Margarita, una mujer muy gruesa y triste que se ha hecho construir una casa inundada de agua en la que vive con sus sirvientes. Los sentimientos del narrador respecto de Margarita van mucho más allá de lo que él puede controlar, pero tampoco es capaz de definirlos muy bien. Parece que le pone en disposición de soñar, como si Margarita o su casa inundada fueran un útero materno, un cuerpo cuyos fluidos activaran todo aquello, fuera lo que fuera, que el narrador necesita o puede reactivar en su vida. Un regreso a un lugar feliz, pero a cuál, a cuándo. La narración se deja leer como la borrosa vivencia de un sonámbulo contada por él mismo. La única conclusión más o menos sólida que el lector alcanza –si es que la palabra conclusión tiene aquí alguna importancia– es esta frase, que no es más que un eco que parece desgajarse del cuento pero que no lo resume ni lo completa: «Yo estaba destinado a encontrarme sólo con una parte de las personas, y además por poco tiempo y como si yo fuera un viajero distraído que tampoco supiera dónde iba».

La casa inundada
www.felisberto.org.uy
Web de Felisberto Hernández