Luke

Luke nº 102 - Enero 2009
ISSN: 1578-8644
Javier Martín Ríos

Literatura en tiempos de crisis económica

Hemos entrado de lleno en la espiral de la crisis económica y nadie sabe con certeza cuándo saldremos de ella. Tres, cuatro, cinco años. Los hay aún más pesimistas y hablan de que no salimos de ésta hasta que no pasen ocho años. No son buenos tiempos para escuchar la radio, ver las noticias de televisión, leer los periódicos... porque siempre encontraremos la palabra “crisis” por todas partes, como esos feos graffitis que inundan las calles de la ciudad y que casi todo el mundo detesta, pero ahí están cada día para el dolor de nuestros ojos.

¿Y qué pasa con el libro en estos tiempos de crisis? Pocos se has hablado aún de este asunto, pero no me extraña que pronto sea tema de discusión hasta el hartazgo en los suplementos de periódicos y revistas literarias. Si la gente se aprieta demasiado el cinturón de la compra, el libro tendrá todas las de perder. El consumo está bajando hasta límites insospechados, especialmente en lo que concierne al dinero que empleamos en ocio. Las cafeterías están menos llenas. Los restaurantes más vacíos. Las arañas comienzan a tejer su tela en las butacas de muchos cines. En las librerías entran menos clientes, y los que entran, esto es, los habituales, lo hacen como si traspasaran una tienda de antigüedades donde hay más objetos preciados que ver que llevarse a casa.

Me imagino que tampoco corren buenos tiempos para editar. Las pequeñas y medianas editoriales tendrán que pensarse mil veces la posibilidad de lanzar un nuevo título en el mercado. Sin subvención pública o ayuda económica del propio autor, publicar un libro será como subirse al trapecio sin colocar primero una red sobre el escenario. Y si esta crisis va a durar varios años, veremos cómo muchas de estas editoriales desaparecerán en medio de la densa niebla del olvido.

Y si para las librerías y las editoriales soplan vientos de penuria, usted, escritor que no tiene agente literario o está fuera del círculo de las grandes firmas editoriales, ya sabe lo que le espera. Seguirá escribiendo, por supuesto, porque no conoce mejor terapia para combatir la existencia diaria o las dudas que se dibujan en ese mapa invisible e inefable de la soledad. Quizá seguirá enviando sus manuscritos a un buen número de editoriales y tal vez algún día recibirá una carta gentil, en la que se le explicará que su libro es de gran interés, pero que sólo se publicará si asume el coste completo o parcial de la edición. Al final de la carta será posible que le faciliten un presupuesto para dejar las cosas claras desde un principio. Después subirá al ascensor y mil dudas le rondarán la cabeza, entre una mezcla de éxito y fracaso. Pero al abrir la puerta de casa, cuando se encuentre en el pasillo con la sonrisa de su mujer y la de sus hijos, las dudas se disiparán en un instante. Entonces la realidad vencerá a los sueños. Se dirá a sí mismo que habrá que esperar tiempos más propicios, y los manuscritos aún podrán quedarse unos años en el cajón del escritorio.

Mientras tanto, seguiremos encontrando la palabra crisis por todas partes, como esos malditos graffitis que asolan con su fealdad todas las calles de la ciudad.

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