Luke

Luke nº 102 - Enero 2009
ISSN: 1578-8644
Ángela Mallén

La mirada de un faro

La mirada de Antonio Varo Baena es la de un faro: circular, alargada y monitora. Es la mirada que custodia y guía, explora y se adentra. Es la mirada de un hombre complejo, de tensiones y de apuestas, reflexivo e indagador, poeta ilustrado y arriesgado narrador, profundamente renacentista. Toda su obra posee una vena de hondura clásica y también una nota pop. Como si en una esquina de un bajorrelieve sacro dibujara un pequeño grafito. Muy a menudo habla en su obra ensayística de la "tensión entre lo nuevo y lo viejo, de donde surgen nuevas formas". Porque Antonio Varo es un hombre que añora la especie griega mientras disfruta del espíritu del Zeitgeist. Por eso, en su obra lírica rastrea la tradición, pero se permite la audacia. Es un buscador del "brillo del instante": el brillo lírico. Lo busca en la pintura, en la filosofía, en la novela, en la poesía, en el eros y en el tánatos. Lo busca y lo emite. Porque Antonio es, siempre, un poeta de binomios y antagonismos.

La escritura de Antonio es audiovisual y también cardiovascular. Nos hace visualizar y palpitar utilizando para ello estampas móviles, como un telón pintado que sube y baja mostrando qué es lo que se oculta tras la plana cotidianidad.

En Poemas para Andrómina (1987) encontramos versos ásperos, doloridos, de una melancolía estructural, pero también versos de amor cumplido, dulces y delineados, como caricias de un arquitecto: "Tu voz era suave, tu cuerpo fuerte... / Después, abandonamos la sombra / y las luciérnagas nos deslumbraron".

El pálido horco (1994) quizá sea el poemario más representativo de la dualidad en Varo Baena. Con una estructura móvil y fluida, como si hablara un ferrocarril a gran velocidad o un torrente fluyera cuesta arriba, emite un canto oscuro, drenado, único, como el flujo de conciencia. Un susurro surrealista y clásico a la vez (con asociaciones imprevistas, dadaístas: "la noche sin aceras, / la lontananza encendida, / luna de naranja agria". Aquí se explicita esa poesía de fusión, dual, de tradición e innovación: "Ningún aliento se oye / si no es apresado por la memoria / susurrado tibiamente en la nuca". Todas las palabras de este poemario van cayendo como la cal desconchada. Parece el pensamiento de una noche de velatorio, pero nos habla de lo que hay a este lado de la muerte. Es como si entrara de lleno en la vida por la muerte. Como quien conquista un castillo por la puerta de atrás. "El futuro es materia oscura / en las casas iluminadas. Luna de naranja agria, / estrellas fugaces, / lágrimas perdidas".

Cartas a Emma (1997) también nos habla de la lírica necrológica, el amor en la despedida: "Ahora sé que cada silencio / es una pérdida". Nos plantea un viaje noctámbulo por el cuerpo de la ausencia: "Y también sé, / desde la certeza de tus ojos, / que la única existencia posible / es amarte". Un canto con la voz a tientas, que suena como un movimiento casi orogénico: "Cuando la arena sea roca / Y cada pared un recuerdo... Horadé tu piel, lentamente, / como un árbol escudriña / con sus raíces la tierra". Los cuerpos se entrelazan con el paisaje y con la memoria. Dualidad y más dualidad.

En Hipatía (2003) se produce una inflexión en la trayectoria lírica de Antonio que, como si de un meteorito se tratase, traza un arco cósmico para tocar tierra: "Todos los tiempos son de silencio. / Todos los tiempos son oscuros, / como el color negro de Auswichtz, / de la esquina de una cárcel, / de la hebilla de una camisa de fuerza, / del rojo de un feto herido, / de la mujer que calla tras la puerta".

Algo huele a podrido en Dinamarca (2005) parece unas veces un juego del escondite, y otras, un bucear bajo la piel. Con su lenguaje chispeante, el fino hilo de ironía que lo recorre, sus claves de ausencia y cercanía, los vaivenes entre el amor y el desamor, la elegancia sensual de muchos de sus versos y el valiente planteamiento de los títulos (ese punto trasgresor desde el valor y la decencia). Este poemario, que contiene la fuerza, el ímpetu de la obra amasada durante veinte años de oficio, impacta sin embargo en el lector con brío de estrella nova: "Me respondo en tu piel / porque es redonda como el borde de un ánfora, / un espejo donde veo mis entrañas / como la tiniebla sobre el río. / No dejaré que tu sombra / caiga sobre mí como una piedra...".

Y siempre, dualidad: "Todo, pues, fue tan falso / Y cierto como las huellas / humedecidas de la arena... Tú, vino húmedo de roble; / yo: agua continua de pozo. / La sed y la embriaguez".

El lector encontrará en la obra de Varo Baena respeto por los cánones estéticos, originalidad en el planteamiento de los temas, una mirada contrastiva y poliédrica, circular, alargada y monitora. Toda su obra lírica está formada por piezas virtuosas, como relojes de muñeca, como un breviario dirigido al punto más lírico del pensamiento. Juegos velados de sensualidad y mentalismo. Una nota filosófica, una nota de vanguardia. Una intelectualización de la sensualidad. Poeta sereno, hondo y fresco y, desde luego, con ese punto rupturista, travieso.

Antonio Varo Baena nace en Montilla (Córdoba), en 1957. Solidario y heterodoxo, ejerce la medicina y la escritura con idéntica pasión. Escribe poesía, novela, relato y ensayo. Premio Internacional Arcipestre de Hita. Actualmente es vicepresidente del Ateneo de Córdoba. El pasado 7 de noviembre, en la Casa de Cultura Ignacio Aldecoa de Vitoria, presentó su obra. Fue un placer y un honor.

Antonio Varo Baena