Luke nº99 Septiembre 2008

COMIC: El verano secuencial

Después de Apocalipsis friki y Arrugas, quedaba todavía mucho verano por leer. Y agosto es un mes escaso. Afortunadamente, estar fuera ayuda en la labor; sobre todo, si se ha estado en un país donde para gustos, los superhéroes, y para disgustos, el exiguo y marginal mueble de cómic "indie" donde se agolpaban desde un Blankets y un Persépolis hasta un Bone y un normalman. Después de unos parturientes nueve meses en la selva de té, volver al mundo tebeizado resulta una bendición.

En las estanterías estivales de esas librerías con nombre noruego, se podían encontrar joyas desternillantes para pasar el mes. Estaba el último tebeo de de Ralf König, El diván de la psicóloga (La Cúpula), donde el historietista alemán trata con humor las dificultades de los heterosexuales para (hablando en plata) echar un polvo en condiciones. Bert, el recepcionista gay de la doctora Silke zum Baden, le enseñará a su jefa a tener una visión más desenfadada y menos analítica del sexo. La Parejita de El Jueves también había sacado un nuevo recopilatorio, su Guía para padres desesperadamente inexpertos, donde el talento innegable de Manel Fontdevila se hacía patente una vez más. Fontdevila no sólo consigue con su página de chiste semanal hilvanar una historia que se alarga nueve meses, transformando a Mauricio y Emilia en padres sin que pierdan su esencia ni su gracia, sino que además hace que parezca fácil. Otro que traía nuevo tebeo era Cera, el último de Filipinas (si por Filipinas entendemos la desaparecida Editorial Bruguera). Cera "redevolvía" con la quinta historieta de Pafman, esa parodia de Batman y de lo que se tercie. 1944 (ediciones B) sumerge al superhéroe en un viaje en el tiempo a la Alemania nazi para intentar detener a su archienemigo El Enmascarado Negro. Pese a no ser ni la mitad de divertida que las tres primeras entregas (aconsejadas para los amantes del humor absurdo y freak), es mucho mejor que la cuarta, Cabezones del espacio, y supera con creces cualquier tebeo de Mortadelo o Superlópez de esta última década.

Entre los descubrimientos de este verano, estuvieron los trabajos de Blutch, ese extraño autor francés que sorprende gratamente. Su Blotch (La Cúpula) es tan divertido y pedante como un episodio de Frasier. El enardecido protagonista, trasunto autocrítico de Blutch, es un historietista burgués que desprecia al populacho, a los negros y a las mujeres feas. Puntal de toda la mediocridad que la grandeza pueda generar, se desparrama a gusto en sus caricaturas y chistes de remarcable mal gusto. Con él, uno se ríe amargamente de la miseria humana. La voluptuosidad (Ponent Món), justo detrás del libro anterior, es una obra tan extraña y atrayente como Maldiciones de Kevin Huizenga. Aquí, otra vez Blutch, habla de la represión sexual en tono más profundo y serio que König. Su humor es tan oscuro como el dibujo donde diferentes personajes patéticos buscan la satisfacción que no encuentran. Un hombre que busca desesperadamente el sexo de una mujer, un cazador pedófilo, una mujer que se masturba con un árbol, una esposa frustrada y un chimpancé sombrío y amenazador. Se trata de un potaje sugerente y brumoso, poético; por momentos desconcertante y hasta incomprensible. Fruto de un lenguaje casi mudo de imágenes poderosas, despierta unas instintivas ganas de leerlo y releerlo tantas veces como sea necesario para desentrañar el misterio.

Bajo la protección del aire acondicionado, los cómics de Marvel Zombies (Panini) resultan todavía más refrescantes, en especial, Hambre insaciable. Se mezclan en un cóctel de trinitrolueno los mundos de George Romero y Stan Lee. La trama, que se desarrolla en un mundo paralelo donde casi todos los superhéroes se han convertido en una especie de muertos vivientes, regala momentos que se quedan impresos en la retina, como el desmembramiento de Magneto o la ingesta de Jarvis. Se trata de una descerebrada autoparodia tanto por dentro como por fuera, con geniales versiones zombies de las portadas más clásicas de la marca a cargo del brutal Arthur Suydam. Igual de sorprendente resulta la incursión en el manga de la misma editorial de Marvel en España. Ikigami (Panini) nos ubica en un Japón futurista donde la ley obliga a vacunar a los niños no contra un virus sino contra la desidia. Una de cada mil inyecciones contiene un nanodispositivo que provocará la muerte de su portador al llegar a la edad adulta. ¿Por qué hacer algo así? Para obligar a la gente a vivir su vida plenamente, a esforzarse el máximo. La idea resulta morbosamente atractiva. Aunque el dibujo de Motorô Mase es un tanto rígido y falto de empatía, Ikigami te llama a no abandonarlo. ¿Quién será el próximo? ¿Cómo reaccionará cuando sepa que le quedan veinticuatro horas de vida? ¿Es moralmente aceptable? ¿Realmente sirve de algo? ¿Es posible salvarse?

Finalmente están las moles, históricamente esenciales por su revuelo o por su calidad. En uno de los bancos de la librería, podían revisarse la recopilación de todos los números dedicados a La muerte de Superman (Planeta deAgostini), cenit de la resurrección de héroes lucrativamente moribundos, o la controvertida y pornográfica obra de Alan Moore y Melinda Gebbie, Lost Girls, cuya Wendy no es la niñita de Barrie, ni Alicia la de Disney, ni mucho menos Dorothy una Judy Garland “over the rainbow”. También estaba el Premio Nacional de Cómic, Miguel Ángel Gallardo, quien junto con su hija María compuso un diario del autismo, María y yo, que continúa a través de la red. Y, finalmente, la esperadísima traducción del espléndido "tragicómic" Fun Home de Alison Bechdel tanto al castellano (Reservoir Books) como al catalán (La Magrana). Afortunados aquellos que puedan acceder a la edición catalana, pues para ellos estará destinado el reino de los videntes, ya que, sin duda alguna, las cubiertas desastrosamente diseñadas por Mondadori en naranja fluorescente dejaran ciegos a sus lectores. Un fallo incomprensible para una obra maestra sin concesiones, de las pocas que actualmente pueden hacer sombra al desaforado ingenio de Alan Moore, e incluso superarlo en dotes literarias.

Con todo ello, se pasó casi todo agosto. ¿Y qué hacer después, con ese gris y oscuro septiembre de retorno al trabajo y apretones de cinturón? Pues abrir los brazos a los nuevos álbumes de Black y Mortimer y Esther y su mundo; recibir el nuevo número de Keroro o Naruto, o el reestreno de Love Junkies; partirse con la portada del número 1632 de el Jueves; ver qué tal está lo nuevo de Jan, Tadeo Jones, a ver si se deja de lado el panfletarismo de Superlópez y nos ofrece una buena aventura, como lo sigue haciendo Jeff Smith en su séptimo tomo a color de Bone; descubrir cómo está el mundo de la mano de Guy Delisle y sus Crónicas birmanas, después de Shenzhen y Pyongyang. En fin, que aquí lo único que se acaba es el espacio para escribir y el dinero, porque hay mucho donde elegir y perderse. Que no os agobie septiembre.

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Ricardo Triviño

el Verano Secuencial
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