Luke nº99 Septiembre 2008

Zarzalejo Blues. La soledad de las vocales

"La vejez no es una derrota, es una masacre" dijo no hace muchos años Philip Roth a modo de conclusión respecto de su experiencia personal y tras dedicar algunas de sus últimas obras a profundizar en tan desigual combate. Y ese es también el territorio por el que transita la última novela de José María Pérez Avarez, La soledad de las vocales: la decrepitud, el desamparo de un ser alcohólico, apátrida –su única patria es el whisky- y apóstata, cuyo naufragio vital acaece entre las paredes de una lúgubre pensión evocando los cuerpos de las nadadoras olímpicas, las estelas trazadas en la piscina por el movimiento de sus figuras perfectas, acompañado de sus desvelos, obsesiones, recuerdos, fantasías, y también del fantasma de una mujer que en su día puso fin a su vida en esa misma habitación.

La pensión Lausana, cuyo nombre remite a una sociedad pulcra y opulenta como la suiza pero a la que con el paso del tiempo se le han ido cayendo las letras de neón hasta quedar sólo las vocales, sirve como refugio a una pequeña muestra de esa clase de deshechos humanos que arrastra la vida como hace la marea con los objetos gastados, inútiles o rotos. Habitan en ella algunos representantes de ese mundo paralelo que en la vida diaria preferimos obviar, evitar, cuya proximidad nos inquieta. Seres tan desvencijados como los muebles que el serbio Radinovic, detritus del conflicto balcánico, restaura –los humanos, en cambio, ya sin capacidad de recuperación- en la habitación número siete, o marginados como los personajes que pueblan las novelas del escritor de la habitación seis, ése que aún resiste y no renuncia a la ilusión de un día conocer el éxito y poder complacer así a sus padres.

Toda una caterva de seres que moran en una sima que los va arrastrando hacia la desesperación y que en otras manos hubieran podido resultar patéticos, pero a quienes Pérez Alavarez dota de dignidad gracias a la carga humana que exhiben, a sus esfuerzos denodados por mantenerse del lado de la cordura. Seres que moran en la fealdad, en escenarios destemplados, de paredes desconchadas, a los que no llega la luz ni el calor del sol y cuya aspiración a un simulacro de romanticismo coincide con la llegada del camión de la basura. Esa clase de personajes a los que miramos por el rabillo del ojo cuando nos los topamos en la calle, que nos invitan a acelerar el paso porque su presencia constituye una amenaza, una grieta en el convencimiento de que nosotros sabremos administrar mejor la decadencia inevitable.

La soledad de las vocales cabría adscribirla a la corriente de los escritores incómodos, en la que militarían autores como J.M. Coetzee y, sobre todo, dada la profusión de guiños que Pérez Alavarez le dedica, empezando por la misma cita que abre la novela –tu nacimiento fue un error repáralo- y siguiendo por su audacia formal –monólogo ensimismado y reiterativo con reminiscencias berhardianas que desafía las reglas-, Juan Goytisolo. Esa clase de escritores que nos obligan a contemplar las arrugas que surcan los rostros, el pus que mana de la herida, o las mandíbulas desdentadas de sus protagonistas. Creadores que ofrecen una visión cruda de la vida, que en el caso de La soledad de las vocales incluso se regodea en ella, pero que se hace soportable, por momentos mórbida e incluso jocosa, gracias a que el discurso de sus protagonistas está permanentemente empapado en alcohol, aunque sea whisky barato. Y todos sabemos que las resacas por escrito resultan un poco más llevaderas que las otras.

La soledad de las vocales obtuvo la tercera edición del Premio Bruguera de Novela, una distinción otorgada por un jurado compuesto únicamente por Esther Tusquets, autora a su vez de otra reciente novela, Habíamos ganado la guerra. Que la autora de una obra sobre los triunfadores de la guerra civil premie a su vez otra basada en la cultura del fracaso abre un abanico de interesantes interrogantes. Pero esa es ya otra historia.

Literatura

Sergio Sánchez-Pando

la soledad de las vocales

Toda una caterva de seres que moran en una sima que los va arrastrando hacia la desesperación y que en otras manos hubieran podido resultar patéticos, pero a quienes Pérez Alavarez dota de dignidad gracias a la carga humana que exhiben, a sus esfuerzos denodados por mantenerse del lado de la cordura (...)