Luke nº99 Septiembre 2008

Los cuadernos de Marguerite Duras

Hay pocos escritores que hayan escrito con una prosa tan descarnada y desnuda como la de Marguerite Duras. Una prosa transparente, sin apenas ropaje retórico, a veces cortante, a veces volátil, y siempre con ese velo invisible de la poesía arropando el cuerpo sutil de su escritura. Sus mejores novelas son un buen ejemplo de este estilo tan propio de escribir, de cincelar las palabras con tanta pulcritud, y que ha convertido a la autora francesa en una de las voces literarias más originales de la literatura universal del siglo XX.

De la mano de la editorial Siruela se acaba de publicar en España unos cuadernos inéditos que Marguerite Duras escribió en los años cuarenta, entre 1943 y 1949, y que dejó en depósito en el Institut Mémoires de l’édition contemporaine de París en 1995, un año antes de su muerte. En total son cuatro cuadernos, recogidos bajo el título unitario de Cuadernos de la guerra, por la coincidencia de la redacción de todos ellos con el conflicto europeo. Para los lectores incondicionales de la escritora francesa, este libro conforma un excepcional documento para el conocimiento más profundo de su obra. En estos bosquejos literarios, apuntes de literatura siempre en ciernes, cuadernos de experimentación para libros futuros, con gran tradición entre los escritores franceses, nos sumergimos en los orígenes de novelas como El amante, El dolor o Un dique contra el Pacífico. Autobiografía y ficción se aúnan en estos textos dispersos –pero en consonancia entre sí- que se alimentan de los recuerdos de la infancia y la juventud de la autora, una fuente inagotable de la que bebió Duras para escribir su mejor literatura, aunque a menudo de esta fuente brotaran las aguas más amargas y envenenadas de su vida.

De los cuatro cuadernos recogidos en este libro, el primero de ellos, “Cuaderno rosa marmolado”, es el que más impresión ha dejado a este lector que de tanto en tanto relee, con el mayor de los entusiasmos, El amante, esa obra maestra que a todo escritor cautivado por las tierras del Extremo Oriente le hubiera gustado escribir. En este cuaderno Marguerite Duras nos cuenta la historia de su familia en Indochina, sus vivencias de infancia y adolescencia, que es la misma historia que se trata en El amante, aunque observada con otros ojos, unos ojos más reales y despiadados que en la novela. Es como si leyéramos El amante desde otra perspectiva, desde una estancia más íntima, con una luz más nítida, como una nueva lectura muy propia de los juegos literarios que Julio Cortázar nos propone en otra obra magistral como Rayuela. “Cuaderno rosa marmolado” complementa la historia de El amante, a pesar de que hayan tenido que pasar unos veinte años para que estos cuadernos autobiográficos hayan salido a la luz. En este caso, podemos afirmar, sin equivocarnos, que la literatura alimenta a la propia literatura y, de paso, aumenta el valor de las palabras más allá del tiempo en que fueron escritas.

En este cuaderno encontramos los mismos personajes que aparecen en la novela: una madre inquisitiva, la sombra presente del padre muerto, sus dos hermanos, el mayor de ellos realmente pusilánime, y ese amante nativo –un poco lerdo en la vida real- que un día apareció con una limusina negra en un trasbordador sobre el río Mekong. Son personajes reales que una adolescente como Duras amaba y odiaba por igual y sólo la partida a Francia le permitió liberarse de ellos, aunque nunca pudo borrarlos de la memoria. En estas páginas tampoco encontraremos un solo atisbo de la típica historia de la infancia sobre patitos feos que terminarán convirtiéndose en hermosos cisnes. “Hasta donde recuerdo, -escribió Duras- mi infancia se desarrolló en una luz desértica y cruda, lo más lejos del sueño que cabe imaginar.” La niñez de Duras en la colonia francesa fue de todo menos un cuento de hadas. Y la escritora la rememora en estos apuntes literarios con toda su crudeza y sus miserias, a quemarropa, sin tristeza poética fingida alguna, con el alma destrozada a jirones, sin ninguna compasión hacia sí misma ni hacia los demás miembros de su familia.

Marguerite Duras tampoco esconde su resquemor contra esa sociedad francesa que vive en sus concesiones extranjeras con ese aire de superioridad que eran tan propios de los tiempos coloniales. Una sociedad clasista y racista, que no tiene reparo en denigrar a sus propios compatriotas que no han alcanzado los sueños de riqueza de la vida imperial de ultramar. No olvidemos que la madre de Duras era maestra de una escuela para niños indígenas, el escalafón más bajo para los ojos de los franceses, que vivían en sus mansiones de Saigón de espaldas a la realidad que les rodeaba. En el “Cuaderno rosa marmolado” aparece un compañero de clase, de origen anamita, el mejor de su promoción, que siempre se sienta en la última fila, junto a sus paisanos –las primeras filas sólo estaban reservadas para los alumnos franceses- y que a pesar de su excelente expediente académico se niega a ir un día a Francia, por convicciones morales, para seguir los cursos universitarios y labrarse un gran porvenir. Por ese muchacho es por el único que la adolescente Marguerite siente un gran respeto en aquella ciudad de Saigón que para la futura escritora se convirtió en una cárcel de la que debía huir lo antes posible. Quizás ese joven pudo ser ese amor imposible de Cholen en el que realmente se inspiró Duras a la hora de recrear al protagonista de El amante. Porque el verdadero, el que nos describe en los cuadernos, queda muy lejos de ese amor prohibido y tan literario para avivar el fuego de una gran novela.

Pero a pesar de las diferencias que podamos encontrar entre la novela original y los cuadernos autobiográficos, siempre nos quedará en la memoria aquel hermoso pasaje en el que los ojos de una adolescente de quince años se cruzan por primera vez con unos ojos rasgados que la miran, con el deseo contenido, tras los cristales de una limusina negra. Fue a las orillas del río Mekong, en un lejano lugar que un día llamaron Indochina, en una tierra cálida que no conoce el paso de las estaciones.

Opinión

Javier Martín Ríos

Mirada

Es como si leyéramos El amante desde otra perspectiva, desde una estancia más íntima, con una luz más nítida, como una nueva lectura muy propia de los juegos literarios que Julio Cortázar nos propone en otra obra magistral como Rayuela. “Cuaderno rosa marmolado” complementa la historia de El amante, a pesar de que hayan tenido que pasar unos veinte años para que estos cuadernos autobiográficos hayan salido a la luz (...)