Luke

Luke nº 100 - Noviembre 2008
ISSN: 1578-8644
Ricardo Triviño Sánchez

COMIC: El olor de la mierda

Cuando cago aquí, en China, hay un olor que debe de
tener algo que ver con lo que como. (...) Supongo que
cada pueblo tiene su propio olor a mierda. Eso también
forma parte de la cultura (Shenzhen, p. 60, v. 2)

Si alguien piensa asomarse a la obra del quebequés Guy Delisle pensando que se encontrará con Joe Sacco, que sepa que no es así. Delisle no es un reportero de guerra. Dada su privilegiada situación de representante de los inversores extranjeros, es más un visitante de paso reverenciado que contempla sin sufrir la miseria reinante de los países donde aterriza. No por ello su visión es superflua o frívola. Si Sacco muestra las apestosas entrañas de los territorios en guerra, Delisle remueve sin ascos los excrementos que se acumulan en los engranajes de la maquinaria dictatorial.

Después de secuenciar sus experiencias como director de animación en China y Corea del Norte en sus obras Shenzhen (2006, Astiberri) y Pyongyang (2005), Delisle viaja ahora a Myanmar durante un año entero. En Crónicas birmanas (2007), sin embargo, el autor no llega en calidad de director de animación, sino como acompañante de su mujer Nadège, administradora de Médicos Sin Fronteras-Francia. La misión de su esposa es la de coordinar la ayuda médica destinada, una tarea que se hace complicada ante las presiones de un gobierno militar que impide el acceso a ciertas zonas "delicadas" del país. Estas trabas son a las que se enfrenta Delisle a la hora de describir la situación de los lugares en los que ha estado porque no llega a tener contacto directo con el horror silencioso y silenciado de las dictaduras. Él no está en las grandes tragedias que, en cambio, son noticia fuera de las fronteras que lo rodean. Los habitantes, por su parte, callan y guardan esa mudez elocuente tan bien desarrollada bajo los sistemas totalitarios.

En este sentido, Pyongyang es la cumbre del aislamiento. Encerrado en su maravillosamente pulcro y elegante hotel de marfil, únicamente para extranjeros, Delisle debe subir hasta la última planta del altísimo edificio para sortear la elevada empalizada que separa sus ojos de la zona de obras donde patéticamente unos "voluntarios" construyen a ritmo de himno nacional una impresionante ópera que, como otras tantas arquitecturas desmesuradas del país, se mantendrá vacía una vez finalizada, ocupada únicamente por los turistas que vengan a disfrutar de las maravillas del "glorioso" país. Igual sucede en la ciudad Shenzhen, en cuya frontera norte se halla una enorme valla electrificada custodiada las veinticuatro horas por soldados, tras la cual, "en medio de la nada, se erguían enormes edificios en construcción… siluetas gigantescas, como palacios de congresos sin la ciudad que ha de ir alrededor" (Shenzhen, p. 39). Sociedades fuertemente controladas y estratificadas donde las alturas se alejan del pueblo llano, que sufre cortes eléctricos, alimentarios y médicos en la más hedionda y ensordecedora de las afonías. Y es que resuenan las bombas, por así decirlo, en los noticieros exteriores, pero el día a día de la población queda oscurecido por la falta de espectacularidad. Es ahí donde nos enriquecen los trabajos del historietista canadiense.

Su progresión artística se hace patente en estas tres obras, desde el confuso y "sucio" dibujo del primer cómic, Shenzhen (publicado en España después de Pyongyang, invirtiéndose el orden), hasta la línea más simplificada y limpia de Crónicas birmanas. Haciendo el camino inverso, su conciencia política aumenta o, mejor dicho, como Delisle está más acostumbrado a vivir fuera de la burbuja occidental, el choque cultural pierde fuerza, ganando vigor la crítica y los datos acerca de la situación del país con independencia de la trama. Así, el argumento de su última obra (casi el doble de voluminosa que las anteriores) es dosificado en pequeñas historietas, en vez de una larga, a modo de anécdotas que van conformando una trama más débil, no en el sentido de pobreza, sino en el de la acción. Aquí ya no se trata del supervisor encargado de corregir el pésimo trabajo de una empresa subcontratada que vive solo y se enfrenta igual a una realidad diferente; ahora, es un hombre acostumbrado a este tipo de traslados, que es padre y que debe cuidar de su hijo mientras que va cumpliendo con sus tareas de dibujante de cómics. Puede parecer que la obra se haga más lenta de leer o más aburrida, pero lo cierto es que los momentos de crítica se intercalan con escenas cotidianas y guindas de humor que lo hacen entretenido, sin ser tan divertido como Shenzhen ni tan orwellianamente agobiante como Pyongyang.

Este nuevo trabajo se deja volver a leer, e invita a releer los anteriores (a la espera de que se publiquen todos los que quedan por traducir) y a buscar información sobre estos extraños mundos, raros como el mundo entero, donde los norcoreanos caminan de espaldas en la oscura noche de la capital, o donde cinco camareras chinas atienden de cinco en cinco a cada cliente, o donde los conductores birmanos circulan por el carril derecho justo con el volante en el mismo lado. A su modo aparentemente sencillo y humorístico, Guy Delisle escarba atentamente con su plumilla en la aromática masa de incongruencias e injusticias que ciscan los sistemas totalitarios "y después se desata la tormenta de mierda".

Crónicas birmanas
Guy Delisle
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