Luke

Luke nº 100 - Noviembre 2008
ISSN: 1578-8644
Javier Martín Ríos

Luis Cernuda o la vida triste

Luis Cernuda murió sin saber que un día iba a ser el poeta más importante de su generación y, me atrevería a decir, de ser uno de los poetas que más influencia ha tenido sobre la poesía española contemporánea. Junto a Juan Ramón Jiménez y Antonio Machado, Cernuda forma ese triángulo literario en el que se enmarca la tradición moderna de gran parte de la poesía española del siglo XX. Él bebió de las fuentes que emanaban de los dos primeros, de la poesía pura y la poesía inmersa en el tiempo y, en muchos sentidos, los superó. Tres poetas andaluces que el destino hizo que murieran muy lejos de la tierra que los vio nacer. A los tres la barbarie de la guerra civil los hizo marchar al exilio. Aunque a Luis Cernuda, que siempre miró con cierto desdeño la España de entonces, esa España cainita inmersa siempre en su particular Edad Media, volver a su tierra nunca entró en sus planes, menos aún a su Sevilla natal, ciudad en la que nacer fue para él un mero accidente del destino.

Antonio Rivero Tavarillo ha publicado este año la biografía más completa que existe de Luis Cernuda hasta la fecha: Luis Cernuda. Años españoles (1902-1938). Aún falta el segundo tomo de su vida en el destierro, que esperemos que pronto salga a la luz. En las letras españolas, tan poco fecundas en el género de la biografía, esta aportación de Rivero Tavarillo es más que loable, sobre todo al tratarse de una figura literaria de la talla de Luis Cernuda. Todos los lectores de Cernuda sabíamos que era un hombre difícil de trato y de grandes contradicciones. Los documentos que aporta Rivero Tavarillo –cartas cruzadas con amigos, diarios, testimonios de terceras personas, etc- nos muestran su complicada personalidad y sus intermitentes cambios de ánimo, que afectarán por igual a su relación con otros poetas de su generación. La inestabilidad emocional siempre estuvo unida a una inestabilidad económica que a menudo lo llevó a vivir en el límite de la penuria. La idea de que la Generación del 27 –Generación del 25, según la tesis de Cernuda- era un grupo de amigos se nos viene abajo cuando leemos las pullas que se lanzaban unos contra otros – a pesar de las numerosas fotos en las que aparecían todos muy sonrientes- y Cernuda fue uno de los blancos preferidos de todas estas flechas envenenadas, al que no se le perdonó nunca su condición de “bicho raro” y, con cierta injusticia, se reparó poco en el valor de la poesía que estaba escribiendo en esos momentos, quizás la más importante de todos los poetas jóvenes de los años veinte y treinta del pasado siglo. Él, por su parte, tampoco se quedó mudo contra los que le atacaban. Por todos es sabido su menosprecio por Juan Ramón Jiménez en sus últimos años de vida, el que fuera su gran maestro; con Pedro Salinas y Dámaso Alonso, entre otros, tampoco llegó a sentir el menor afecto. Como vemos, las miserias de las luchas literarias no son sólo de nuestros días y entre los miembros más conocidos de la glorificada Generación del 27 abundaron las rencillas personales de una bajeza vergonzante. El tiempo, a Cernuda, lo ha convertido en uno de los poetas españoles más leídos e influyentes de nuestros días; otros, en cambio, van perdiendo lectores y seguidores con el paso de los años. También este libro de Rivero Tavarillo aporta numerosos e interesantes documentos relacionados con la vida de Luis Cernuda durante la Guerra Civil, en Madrid y Valencia, y la inquietud del poeta de estar en el centro de una espiral de violencia de un pueblo desatado por una sed de venganza inusitada.

Esta biografía coincide con los años en que Cernuda fue escribiendo el libro por el que ha quedado con letras de oro en la historia literaria de nuestro país, La realidad y el deseo, que engloba los poemas publicados entre 1924 y 1935. Luis Cernuda comenzó su andadura poética con la publicación de Perfil del aire en 1927, un poemario purista, espiritual, intimista, bajo la influencia de Pierre Reverdy y Mallarmé, aunque cierto sector de la crítica juzgó negativamente esta primera incursión literaria, achacándole demasiada similitud con la poética de Jorge Guillén, aunque hay que decir que Guillén no publicó Cántico, su primer libro, hasta 1928. Herido por las opiniones poco favorables que se habían vertido contra su primer libro, Cernuda se afianzó en la misma línea creadora, dando a la luz Égloga, Elegía, Oda, tres poemas de perfecto corte clásico, en los que agudizó en la pureza y el aspecto técnico de las estrofas, bajo la estela de Góngora, endiosado en aquellos años por los poetas del 27. Su estancia en Francia como Lector de español en Toulouse sería decisiva para su carrera literaria: comenzó a escribir Un río, un amor y se desprendió de las formas clásicas de las anteriores publicaciones, para dar rienda suelta a la libertad creativa, libre de las imposiciones del metro medido y la rima, entusiasmado por el movimiento surrealista que en ese momento estaba en su plenitud. Después publicó uno de sus libros más importantes, Los placeres prohibidos, de fuerte contenido erótico y en el que expuso sin contemplaciones su verdadera inclinación amorosa, aún bajo la clara influencia del surrealismo, aunque muy distinto al que desarrollaban los poetas franceses, ya que era más consciente de la ley natural de la palabra, más ajeno a esa escritura automática tan proclive a la palabra huera, como también ocurrió con Octavio Paz. Con el libro Donde habite el olvido, Cernuda cerró su primer periodo poético, apagó el último fuego del surrealismo que aún alumbraba en el horizonte de su poesía, y desengañado del amor y de la vida, apostó por la quietud, la contemplación y el refugio en la estancia más íntima de la lírica.

Luis Cernuda fue un poeta que sufrió mucho. Una eterna tristeza lo acompañó toda su vida. Su timidez y sus miedos personales hicieron que su relación con otros poetas de su generación fuera poco comunicativa. Algunos lo supieron y lo aceptaron tal como era; otros, desde un principio, lo trataron con cierto desdén y, a veces, con desprecio. Sin duda alguna fue el poeta más controvertido de toda la Generación del 27. Quizás muchos poetas coetáneos suyos nunca sospecharon que, con el pasar del tiempo, ese joven raro, a menudo impertinente, terminaría convirtiéndose en el primero de la clase.

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