Luke nº96 Mayo 2008

Torrelledó, luego existo

Cuando se te presenta la oportunidad de hacerle unas cuantas preguntas a un músico de formación clásica, de profesión director de orquesta, con una personalidad arrolladora en imagen y en actitud, de férrea voluntad para hacer llegar la humanidad de la música a lugares donde la irracionalidad humana tuvo un efímero pero tristemente notorio triunfo, se te plantean dos interrogantes: uno, sólo sé que no sé nada, y dos, ¿va a querer saber algo de mí?, yo, humilde cronista de las aventuras y desventuras de la música bien o mal llamada pop-rock. Las respuestas a esos dos enigmas me han sido reveladas. La primera: efectivamente. La segunda: la grandeza de las personas se mide en los actos pequeños. Y Ramon Torrelledó es muy grande. No le ha bastado a este músico que vio la luz por vez primera en Castro Urdiales (Cantabria) dirigir la Orquesta Sinfónica Estatal Rusa Rostov, la Orquesta Sinfónica Estatal Rusa Voronezh, y la Orquesta Filarmónica de Palencia –de cuya creación también es responsable-, o llevar su música a Auschwitz, Beslán o la cárcel de Dueñas. También ha dado muestra de su generosidad, sentido del humor y elegancia al responder mi cuestionario. Ahí va. (Un abrazo, maestro)

Su gran tarea en defensa de los derechos humanos y su preocupación por hacer sonar su música en escenarios tan estremecedores como Auschwitz o Beslán le otorgan un perfil comparable al del vocalista de U2, Bono, aunque sin el impacto mediático de éste. ¿Es frustrante que la música clásica siga perteneciendo a unos pocos?

La música clásica pertenece al compositor, y solamente aquella que ha logrado trascender al paso del tiempo, se instala en nuestra memoria colectiva para llegar a formar parte del Patrimonio de la Humanidad. Por lo tanto, es absolutamente imposible que se pueda adquirir, ni que pertenezca a unos pocos privilegiados. Otra cuestión es el uso que se hace de la misma. En este sentido, es verdad que la música clásica es disfrutada y valorada por un número reducido de personas. No obstante, aunque su difusión es una de mis enseñas vitales, no me siento frustrado por la situación actual. La tendencia es buena. Aspiro a que un grado importante de acción obtenga alguna respuesta, y esta se produce. Es esencial no abandonar y comunicar la idea de que todas las cuestiones importantes en la vida se consiguen con esfuerzo, y que, fruto del mismo, suelen descubrirse claves e información trascendental que serán las que nos ayuden a conseguir una experiencia final sublime.

Patti Smith dijo recientemente que en los años ochenta los artistas eran capaces de transmitir mensajes muy serios, sobre temas sociales, políticos y de cualquier índole, a través de melodías lúdicas y alegres, incluso de baile. Algo que, según ella, era impensable en los 60 y 70. ¿Le pasa lo contrario a la música clásica? Es decir, ¿puede la música clásica sacudirse la imagen de seriedad y solemnidad?

Me plantea una pregunta muy complicada porque es poliédrica, y porque cada uno de sus lados se encuentra lleno de matices. Tendríamos que ponernos de acuerdo en la definición de música clásica y cuál es su fin, en suma, cuál es el fin del ARTE. Esquemáticamente le puedo responder a su pregunta diciendo, que la Sra. Smith, quiero pensar, que se estaba refiriendo a la música pop, y en este género, si ella lo dice, así será; pero a la vez comprendo, que no tiene por qué conocer, que desde los egipcios hasta la fecha, ha habido música comprometida y música con compromiso, dos fines, por cierto, diferentes. Y si a música comprometida nos referimos, es difícil encontrar en la historia, música más lúdica y alegre (pongamos en cuestión también la definición de alegre), que la que los compositores de la era soviética y sus satélites, durante casi 75 años –de manera forzada muchos de ellos–, tuvieron que componer para entretener al pueblo, y colaborar en la edificación de su moral y de sus conciencias, como dictaba el manual del Realismo Socialista. Pero en el contexto lúdico del que usted me habla, ni la música clásica, ni la buena literatura, ni la pintura, ni la historia, ni las matemáticas, ni la ingeniería, ni las ciencias sociales, ni la medicina, ni la psicología, ni la sociología, etc., etc., podrán sacudirse la imagen seria y solemne, ni lo pretenden, ni se les espera.

Miguel Ríos se convirtió en leyenda traduciendo al pop el cuarto movimiento de la 9ª Sinfonía de Beethoven, popularmente conocida como el “Himno a la alegría”, junto a Waldo de los Ríos. Nuestro hijo de 8 años no puede dejar de tararearla desde que la oyó. ¿Quizá sólo sea una cuestión de favorecer la accesibilidad, para que la música clásica se haga pop(ular)?

Es indispensable favorecer el acceso a la educación de la música desde la más tierna edad, acudir a manifestaciones artísticas, ir solidificando unos hábitos que se convertirán en herramientas muy útiles para el conjunto de su formación y manera de vivir. El gusto se depura, y la experiencia, en el arte, es un grado.

En eMule se puede descargar uno tanto el último single del peor triunfito como las mejores obras de Bach, Mozart o Strawinsky. Los artistas del pop-rock están muy divididos en cuanto a su opinión sobre las descargas ilegales. ¿Qué me dice de la música clásica? Que las obras de tales compositores se divulguen tan ampliamente, aunque sea gratis, ¿no es de alguna forma una gran ayuda a la tarea que usted se ha impuesto, llevar la música a todos los públicos y a todos los rincones?

No cabe más remedio que distinguir entre la música como tal y su negocio, por lo que siento que mi respuesta no sea transgresora. El disco es un buen vehículo de difusión, pero su negocio pertenece a quien pertenece, por eso tenemos que tener la imaginación siempre alerta y buscar otras vías de difusión que no atenten contra la legalidad.

Asimismo, el canon de Pachelbel tocado virtuosamente con guitarra eléctrica por un joven desconocido fue uno de los vídeos más vistos en YouTube el pasado año. Millones de personas lo vieron y escucharon. Probablemente, la mayoría nunca había oído hablar de Pachelbel hasta ese momento. ¿Abraza usted las nuevas tecnologías? ¿Se ha planteado usarlas para llegar aún más lejos en su misión divulgativa?

En la divulgación de la música clásica lo más importante es la obra, pero tal cual la creó el compositor; el concepto de versión, como se entiende en la música pop, no existe en nuestro mundo; la obra artística ocupa todo nuestro tiempo y respeto, el éxito de la misma, tal como el compositor la concibió, depende de nosotros, su futuro está en nuestras manos. Esa es nuestra angustiosa responsabilidad. En el caso que usted me plantea, el fin es mostrarse virtuoso, a través de diferentes músicas. En el nuestro, el fin es presentar la obra del compositor tal cual él la concibió. Las nuevas tecnologías forman parte de mi mundo sonoro. No me gusta el repertorio clásico, concebido para otros instrumentos, saboteado por la tecnología, y sin embargo me apresuro a conocer las nuevas propuestas compositivas realizadas con tecnología, creadas para tal medio. En el aspecto de difusión, la tecnología me resulta altamente sugerente, ya que puede contribuir, y contribuye mucho, a crear en el público los climas psicológicos apropiados de escucha.

Su imagen no me parece la de un director de orquesta al uso. Si me lo permite, más bien le veo a usted de teclista de un grupo de rock progresivo de los 70. Melena al viento, un físico atrayente y una expresividad clamorosa. ¿Se ha sentido tentado por el rock alguna vez? Dígame que sí…

Sí. Y de qué manera. Era, y soy, un admirador de la música de Janis Joplin, “Mercedes Benz” a capella, cómo me alteraba. Deep Purple, Black Sabbath, Queen, Police… tantos. No soy extraño en este mundo. Todo lo contrario, lo entiendo. Y por eso soy consciente de los diferentes espacios que cada uno ocupa, de los diferentes niveles de valor, no me considero un integrista musical.

Conocerá las maravillosas sinfonías compuestas por Philip Glass, “Heroes Symphony” y “Low Symphony”, inspiradas por los álbumes homónimos de los visionarios David Bowie y Brian Eno. Cuénteme, ¿qué música pop-rock le hace vibrar? ¿Qué composición del pop-rock le inspiraría a crear?

Intentaría crear un ciclo de composiciones donde la percusión y la tecnología, verdaderos protagonistas de nuestro tiempo, junto a una orquesta sinfónica, la tradición, se manifestaran novedosa y complementariamente.

Todo está inventado. El pop-rock no es más que otra vuelta de tuerca en la necesidad del ser humano de producir y escuchar música. Llévenos al origen. Dénos algún consejo a todos aquellos irremediablemente seducidos por el pop para poder adentrarnos en su mundo: ¿Qué piezas clásicas deberíamos escuchar para entender lo que nos atrae?

Fuera gurús, ¿de acuerdo? Accedo a su propuesta como un juego, donde es esencial liberarse de prejuicios, de aburrimientos, usted sabe. A mi me encantan los cacahuetes bañados de chocolate, me comería bastantes gramos diarios, los frutos secos en general, el chocolate, las hamburguesas, y tantas cosas industriales que cumplen su función inmediata e impactante. Intento que esos productos sean los mejores, y estoy en un estado de alerta constante de selección; todo no me vale, aunque comprendo que la industria puesta en marcha se tiene que mantener consumiendo mucho, todos los días. Pero dentro de este estado de cosas no dejo de ser consciente de que mi dieta alimenticia diaria tiene que estar basada en otros ingredientes: verduras y frutas naturales, carnes y pescados, etc., elaborados con tiempo, para que las salsas adquieran la textura y sabor idóneos, para que la amalgama de sabores se produzca, etc., y eso solamente me lo da la cocina elaborada, los vinos hechos con el tiempo, sin prisas. Así es nuestro mundo, el de la música, todo se complementa, pero cada uno ocupa un espacio y requiere del oyente una actitud diferente, una para mover el cuerpo, y otra para mover el cuerpo y el alma. Os invito a que escuchéis la 9ª Sinfonía de Mahler y la Consagración de la Primavera de Stravinsky en el Bulli; o el Réquiem de Fauré y la 5ª Sinfonía de Tchaikovsky en Arzak; o La Pasión según San Mateo de J. Sebastian Bach en Martín Berasategui. Y así, hasta una carta de música casi infinita, porque, ya que pagamos, sin prisas.

Música

Victoria Salvador

Torrelledó
Foto: Fernando Sanchoyarto