Luke nº94 Marzo 2008

Suite francesa de Iréne Nemirowsky

La alegría del lector compulsivo que encuentra una maravilla literaria donde no lo esperaba debe de ser similar, imagino, a la del barbudo buscador de oro embutido en unos sucios calzoncillos largos que, de repente, ve cómo refulge una inconfundible pepita de oro entre la escoria de su criba. No lo sé porque haya sido buscador de oro en calzoncillos, sino porque acabo de leer Suite francesa, de Irène Némirovsky. Es una novela bella y honda, literatura viva y palpitante.

La vida de la propia Némirovsky resulta apasionante. Nació en 1903, en Kiev y en 1917 se exilió en Francia junto con su familia. Su madre (que la sobrevivió 47 años y murió en 1989 en su mansión parisina) siempre la odió y a la pequeña Irène no le quedó más remedio que refugiarse en la escritura y la lectura para reinventar su mundo. Eso mismo hizo cuando Alemania invadió Francia y tuvo que soportar cómo los franceses se entregaban con indiferencia, cuando no con fervor, al envío de judíos a los campos de concentración nazis.

El destino de Irène fue uno más entre los millones de tragedias que asolaron Europa: fue asesinada en Birkenau, campo de exterminio anejo a Austchwitz, en 1942. Poco después sus hijas Elisabeth y Denise emprendían una improbable fuga a través de Francia. En la maleta viajaba el cuaderno de su madre, un manuscrito de letra pequeña para economizar papel y tinta. Años más tarde, Denise decidió donar el manuscrito al IMEC francés, una institución especializada en ediciones antiguas. Antes de hacerlo se tomó la molestia de mecanografiarlo en un ordenador, para lo cual necesitó la ayuda de una lupa. Supongo que la emoción debió de embriagar a Denise cuando fue comprobando que lo que ella creía el diario íntimo de su madre, era en realidad una novela perfectamente pulida, tan reciente como si acabara de ser horneada. Finalmente, Suite francesa fue publicada en Francia en 2004.

Lo primero que llama la atención del libro es que Irène Némirovsky es una escritora de raza, una narradora con una extraña precisión para someter la técnica y el estilo a la historia; es por ello una novelista en sentido clásico, en el sentido de los grandes novelistas del XIX: Némirovsky crea todo un universo y luego nos proporciona sólo los detalles necesarios, sin alardes ni concesiones.

Pero lo más extraordinario es la asepsia de la voz narradora, un punto de vista que resulta demasiado moderno incluso para hoy en día. A diferencia de la práctica totalidad de la ficción que se ha producido sobre la Segunda Guerra Mundial, ya sean libros o películas, Irène Némirovsky no se recrea en zarandajas moralizantes ni sensibleras; los soldados alemanes son veinteañeros ingenuos, en modo alguno peores que los propios franceses. A Némirovsky no le tiembla el làpiz a la hora de afear la conducta de los invadidos, sujetos mezquinos preocupados por mantener la jerarquía social a cualquier precio.

Suite francesa se mueve en dos escenarios: el París que se vacía en una alocada fuga hacia la nada en la primera parte y la Francia ocupada por los alemanes en la segunda. El plan original de Némirovsky era un libro de cinco partes con cientos de personajes, un inmenso fresco a la manera de Guerra y paz. Quizá intuyó que no dispondría del tiempo necesario para llevar a cabo una obra de tal magnitud. Quizá por eso puso tanto empeño y lucidez en lo que hacía.

Sea como fuere, logró escribir una de las obras más lúcidas sobre la Segunda Guerra Mundial. No merecía apolillarse en una maleta y ahora, por fortuna, llega directamente desde el pasado, fresca, como un insecto prehistórico atrapado en ámbar.

Literatura

Gabriel Rodríguez García

Irene Nemirovsky

Lo primero que llama la atención del libro es que Irène Némirovsky es una escritora de raza, una narradora con una extraña precisión para someter la técnica y el estilo a la historia; es por ello una novelista en sentido clásico, en el sentido de los grandes novelistas del XIX: Némirovsky crea todo un universo y luego nos proporciona sólo los detalles necesarios, sin alardes ni concesiones (...)