Luke nº94 Marzo 2008

La ley de la tribu

El artículo de periódico es uno de los medios de conexión más eficaces de un escritor con el público. No es el medio de expresión escrita más profundo y reflexivo, pero sí el que permite construir un puente de contacto más directo e inmediato con el lector. Ha habido grandes escritores que han hecho surgir de una columna periodística ese fuego que alimenta las brasas de la gran literatura. A menudo el conjunto de estos artículos han sido el fruto final de buenos libros –pequeñas memorias de una forma de pensar y ser-, que han brillado a la misma altura que las novelas, poesías, dramas o ensayos en la historia literaria de un escritor. No son muchos los que han conseguido convertir la escritura de artículos en un género literario, pero es cierto que en cada época ha habido algunos escritores que han elevado la columna periodística a la altura de la mejor literatura.

Quizás el artículo en el periódico es también una de las formas más idóneas de compromiso de un escritor con la realidad social y cultural que le toca vivir. Y no entiendo la palabra compromiso como esa voz profética que se convierte en vehículo de expresión de una determinada opción ideológica y siempre en constante enfrentamiento con las demás, que simplemente se las denigra como “el enemigo al que hay que derrocar”. Si repasamos la historia mundial del siglo XX podríamos entresacar los ejemplos de tantos escritores comprometidos ciegamente con una causa ideológica y las consecuencias que han tenido este posicionamiento político sobre el discurrir de la historia, especialmente cuando las ideologías se convierten en una creencia única, mesiánica y unilateralmente verdadera, y, por consiguiente, imposibles de rebatir. Entiendo el compromiso del escritor como el ejercicio de la crítica de la realidad, pero siendo consciente de que esa realidad es plural y diversa, como la propia vida humana. Y sobre todo, el verdadero compromiso como el ejercicio de la crítica de uno mismo, que empieza cuando reconocemos nuestros propios errores y, al mismo tiempo, reconocemos que “los otros” también pueden ser poseedores de la verdad. En este sentido, uno ha admirado siempre a esos escritores que han echado la mirada atrás en un momento de sus vidas y han puesto en tela de juicio lo que un día defendieron ciegamente a pesar de saber –o sin ser aún del todo conscientes- que estaban poniendo en entredicho esa posición crítica que todo intelectual nunca debe poner en juego para salvaguardar la libertad, el principio más preciado al que debe aspirar cualquier ser humano.

En una democracia madura como la del país en el que hoy vivimos, las ideologías ya no son el único impedimento para que un escritor vea coartada su visión crítica de la realidad, aunque sigue siendo muy influyentes. Cuando un escritor se encierra en un dogma político reduce su capacidad de crítica y, de camino, traiciona el principio de la libertad en detrimento de otros intereses que sobrepasan al individuo. Cuando un escritor exhibe a los cuatro vientos su militancia por un determinado partido político, peor aún, su visión de la realidad queda sujeta a la obediencia de intereses partidistas demasiados concretos y el lector atento siempre desconfiará de todo cuanto dice, porque la vida, como las monedas, siempre tiene dos reversos, y yo añadiría que muchos más. En todas las sociedades conviven los opuestos, el blanco y el negro, las luces y las sombras, –en definitiva, ese concepto del yin y el yang del que hace más de dos mil quinientos años comenzaron a hablar los sabios chinos-, y la verdad hay que buscarla siempre en ese punto intermedio donde las oposiciones convergen y se alimentan entre ellas para poder convivir.

En estos tiempos de elecciones podemos observar claramente cómo algunos escritores utilizan la columna periodística para hacer un análisis crítico demasiado sesgado de la realidad. Sólo hay que ver en qué periódico publican para adivinar los mares en los que naufragan sus ideas. Además del peligro de los totalitarismos políticos, en nuestras sociedades existe el peligro de los totalitarismos informativos impuestos por los medios de comunicación, también estrechamente ligados a grandes empresas culturales de gran influencia, en las que apenas se admite la posibilidad al disentimiento. O estás conmigo o búscate la vida en otra parte, parece ser la primera regla que hay que aprender al formar parte de estos grandes grupos de poder. Algunos escritores, que han hecho del periódico su forma de subsistencia –tanto salarial como social-, no tienen más remedio que aceptar las órdenes de los jefes del clan. Porque al fin y al cabo una buena parte de su compromiso obedece a la ley impuesta por la jerarquía de la tribu. Pero siempre ha habido islas rebeldes en los periódicos y es una celebración para la democracia encontrar a un escritor que nunca pierde su visión heterogénea de la realidad y que nos recuerde que la vida es plural y tiene tantos reversos como individuos existen sobre la tierra. Pero hay que insistir que estos escritores suelen ser pocos, raras aves de la prensa escrita, y que son más los que siguen obedeciendo la ley impuesta por la tribu.

En estos tiempos de elecciones vuelven los compromisos de muchos escritores y artistas en los artículos de periódicos. Es uno de los mejores momentos para afianzar posiciones en la jerarquía de la tribu. En muchos casos son compromisos partidarios, por una parte marcados por una determinada visión ideológica de la realidad y por otra centrados en devastar al enemigo. En la ley de la tribu no cabe la idea de que “los otros” pueden ser poseedores de la verdad; sólo importa consolidar el territorio y no ceder un ápice de poder. La otredad, para la tribu, sólo es sinónimo de enemigo. Y negar a la otredad el derecho de existir, es negar el derecho a la convivencia, desarmar el valor intrínseco de la palabra crítica, que ha sido la base en las que se han sostenido las sociedades modernas y democráticas en las que hoy tenemos el privilegio de vivir.

Literatura

Javier Martín Ríos

yin-yang

Si repasamos la historia mundial del siglo XX podríamos entresacar los ejemplos de tantos escritores comprometidos ciegamente con una causa ideológica y las consecuencias que han tenido este posicionamiento político sobre el discurrir de la historia, especialmente cuando las ideologías se convierten en una creencia única, mesiánica y unilateralmente verdadera, y, por consiguiente, imposibles de rebatir (...)