Luke nº94 Marzo 2008

Recuerda

Apenas lo recuerdan, pero muchos de estos átomos nacieron en el vientre de una estrella. Y pasaron luego largo tiempo en el plasma incandescente. La terrible explosión que interrumpió aquel verano no la recuerdan tampoco. Después, estos átomos que golpean el teclado, carbono, hidrógeno, oxígeno… vagaban perdidos en el invierno de una noche infinita. Fue entonces cuando todos nos reunimos para formar un planeta. Todos los átomos próximos nos juntamos en torno a una estrella que nacía. Sigue brillando ahí arriba, pero ha pasado mucho tiempo.

La vida reproduce un código genético. Y al reproducirlo lo va cambiando. Es el éxtasis de la diferencia, la locura, una carrera hacia ninguna parte. Al principio se conformaban con construirse del agua, el aire y la tierra, pero pronto algunos decidieron formar su cuerpo con el de otros seres vivos. Y llegaron los hombres que asignaron a cada cosa un sonido. Buscaron un nombre que trazara la frontera de lo más precioso. Dijeron arrogantes: “Yo”.

Yo, un hombre. ¡Qué orgulloso estás de eso! No quieres saber nada de los viejos abuelos: el pez rebuscando en el cieno, el reptil solazándose al sol, aquella especie de ratoncillo que escapaba entre las patas de los dinosaurios... Pero de ellos has heredado todo. Esos genes de los que tanto te vanaglorias fueron cincelándose en ellos generación tras generación, llegan hasta ti sobreviviendo por millones de cópulas sobre la tierra adormecida. Hoy te ves a ti mismo y no te reconoces. Ya no recuerdas nada.

Atrincherado en el olvido, aturdido, nervioso, obligado a forjar una identidad ilusoria. Sin embargo, sólo con asomarte a un paisaje de montaña donde los árboles murmuran bajo nubes viajeras, o con pasear al lado del mar, has sentido siempre abrirse un horizonte de dicha, de consuelo sin fin. Ahora sabes que es el gozo del niño que presiente el hogar próximo, los brazos de su madre. El ocaso nos muestra el sentido de un ciclo que se repite dentro de nosotros.

La ciencia nos devuelve la memoria de lo que fuimos, de lo que somos, más allá de los dogmas triviales, los catecismos y las etiquetas. El cuerpo de esta montaña era un gran delta; bajo una extensión de agua somera, el fondo se hundía lentamente acumulando miles de metros de arenas, cantos, lodos... Las nubes circulaban indolentes sobre la atmósfera densa del tremedal. Helechos arborescentes ponían trazos de verde sobre el mar azulado. Y ahora aquel mundo se extiende a tus pies entre la nieve de la montaña. Los estratos dibujan la geometría de los canales, la filigrana de la arena arrastrada. Los árboles muertos son capas de carbón en las que mínimos detalles de las hojas se conservan perfectos. Sabes que en aquel país tropical y costero, dormido ahora entre nieve, había también animales que se abismaban somnolientos al atardecer ante el misterio del ocaso. Y sabes que en algún lugar de aquel planeta, este planeta nuestro, vivo y prodigioso, un grupo de reptiles primitivos luchaba por la vida sin poder adivinar que mucho tiempo después, trescientos millones de años después, habrían de venir sus hijos a desenterrar solícitos sus cadáveres y poner nombre a sus huesos. La conciencia depura nuestra imagen del mundo. Mientras, la vida inasible fluye como un río lento y perezoso, lastrado de miedo, un río sin más fin que el inevitable reencuentro en una llanura de olas y resaca.

Sí, de todas las falsas fronteras, yo-mundo, hombre-naturaleza, no hay otra más venenosa que la que hemos puesto entre la vida y la muerte. Trazamos sin dudarlo esa línea temible que separa el amor y la risa de lo que no sabemos intuir al otro lado, la imagen precisa de las cosas y un oscuro silencio, la neblina de todos los recuerdos y la nada desnuda. Sin embargo, mirando el corazón del amor y la risa, vemos sólo el bullir impenetrable de una tierra que florece infinita, el giro de una rueda sobre un vértice sin pasado ni futuro, sin porvenir ni historia, puro presente, voluntad indescifrable, viento sin dudas. Miramos el corazón del amor y la risa, y vemos la perpleja libertad, el éxtasis gozoso de un presentimiento enterrado en la noche, alas de pájaros eternos que copian la geografía de un sueño. Los labios confundidos nos hablan más allá de la redención y el gusano, en un horizonte sin orillas, la realidad más real que inunda nuestros ojos de luz.

Así, mirando las cosas y sacudiéndose el yugo, vemos por todas partes que estallan mundos escondidos. Es el gozo de hallar lo más querido que yacía olvidado, y se respira un placer inefable de abandono, extinción. Lo trivial en nosotros se desmorona, y en el corazón de cada ser percibimos una humilde llamita que brilla muy dentro, como un tenue rescoldo del vientre de la estrella.

Opinión

Jesús Aller

Recuerda

El cuerpo de esta montaña era un gran delta; bajo una extensión de agua somera, el fondo se hundía lentamente acumulando miles de metros de arenas, cantos, lodos... Las nubes circulaban indolentes sobre la atmósfera densa del tremedal. Helechos arborescentes ponían trazos de verde sobre el mar azulado. Y ahora aquel mundo se extiende a tus pies entre la nieve de la montaña (...)