Luke nº97 Junio 2008

A-Normales

Debo ser un a-normal. Mi forma de pensar, aparentemente, está en contra de lo que hoy se considera normal, o al menos, eso es lo que me hacen pensar los medios. No entiendo esas campañas orquestadas, casi siempre por pequeños grupos ruidosos, que obtienen la aquiescencia de televisiones, radios y periódicos. La protesta y el crimen siempre son noticia. Hay que prohibir las corridas de toros porque en ellas se tortura a los animales, a las cabras que se tiran desde los campanarios. Con las peleas de gallos y perros ya se ha logrado su ilegalización, convirtiéndolas en prácticas clandestinas, que no erradicadas. No entraré en la discusión de si es arte, si es cultura, si permite el mantenimiento económico de diversas razas y entornos biológicos endémicos, sino que me pregunto: ¿Para cuándo la penalización de las granjas de pollos, de las matanzas de cerdos –en ello están-, la demolición de los mataderos, la prohibición de la pesca, la desaparición del paté? Sinceramente, sostengo que el ridículo matiz de que la muerte animal, para nuestro provecho, sólo es admisible cuando se perpetra evitando la crueldad y el sufrimiento de los animales mediante una muerte más “humana”, me parece sainetero. La muerte es la muerte y esos sepulcros blanqueados que la disfrazan como “humana”, no hacen sino ser traidores a su forma de pensar, si es que ésta es sincera. El Golem no opina así. Creo que todas esas manifestaciones de crueldad, aparentemente gratuita, tienen su explicación y, además, son necesarias. La plebe, nosotros, como ya afirmaba en mi artículo "Esta raza primitiva" de marzo pasado, ha sobrevivido hasta nuestros días gracias a nuestra sed de sangre: el más apto ha sido, salvo contadas excepciones, cruel e inmisericorde. Si estamos aquí es porque hemos sido más destructores y sanguinarios que el resto de hombres y bestias. Actuar contra nuestra naturaleza es condenarnos a la extinción a medio plazo. Si ese es moralmente el camino adecuado, o no, es tema para los filósofos pero ¡qué caramba!, yo no tengo la altura moral para decidir el genocidio de la raza humana. Volviendo a los toros y las cabras, reconozco que no soy un “aficionado” a esas artes. He presenciado una única corrida en vivo en toda mi vida y tampoco las veo por televisión, pero estoy convencido de que nuestra naturaleza e instinto nos exige una dosis de crueldad periódica y, en mi humano egoísmo, considero saludables esas manifestaciones multitudinarias en donde un único sacrificio animal consigue saciar la sed de sangre de miles de personas. Es similar al boxeo, ¿deporte? consistente en ver a dos hombres entrenados para golpear con la mayor potencia posible y cuyo momento culminante se produce cuando uno de ellos cae desvanecido por efecto de un demoledor golpe. En ocasiones quedan “sonados” de por vida. Al igual que con las corridas, sólo he acudido a una velada de boxeo, pero mi impresión fue similar. Lo que me llamó la atención era el ansia de sangre, el deseo de contemplar la violencia en estado puro. Contemplando los rostros que me rodeaban, me preguntaba preocupado: ¿Si no pudieran saciar esa sed aquí, por qué medios lo harían?

La otra opción, beber de las fuentes de la guerra y las matanzas entre congéneres - opción que, como vemos cada día en el telediario no conseguimos erradicar-, me parece mucho peor. Pero, ¿es que el hombre no es capaz de eliminar de su alma esa necesidad de violencia? Creo que no o, al menos, que es imposible lograrlo sin dejar por el camino el alma y la conciencia. ¿Adónde nos llevaría ese futuro? ¿Es que acaso las plantas no son seres vivos? ¿Es nuestro destino moral acabar comiendo sólo productos químicos? Ese parece ser el sentido final de lo que la ¿mayoría? opina y por eso reconozco ser un a-normal. Me gusta comer carne, pescado, robar los frutos que los árboles necesitan para su renacimiento y me encanta comprobar cómo somos capaces de crear, de luchar, e incluso ajusticiar a los gobernantes que lo merecen, a pesar de que el Estado intenta reducirnos a seres sin alma, puramente materia obediente, meros robots que acuden a trabajar y por la noche absorben la soma del televisor. Estoy de acuerdo en que no se puede dar rienda suelta a la crueldad que anida en nosotros, pero forma parte de nuestra genética y, a veces, como la muerte, es necesaria para renovarnos. Negarla, apartar la cara de nuestra naturaleza, es necio y cobarde. Porque la otra posibilidad me aterra aún más. ¿Es posible que yo no sea a-normal y que lo que ocurre es simplemente que unos pocos son capaces de doblegar las convicciones de la inmensa mayoría, bien por el uso de las armas, bien por el abuso de la propaganda, bien por un gobierno torticero que no representa a su pueblo sino sólo a sus propios intereses?

Opinión

El Golem

cogida

Si estamos aquí es porque hemos sido más destructores y sanguinarios que el resto de hombres y bestias. Actuar contra nuestra naturaleza es condenarnos a la extinción a medio plazo. Si ese es moralmente el camino adecuado, o no, es tema para los filósofos pero ¡qué caramba!, yo no tengo la altura moral para decidir el genocidio de la raza humana (...)