Luke nº97 Junio 2008

Conversaciones en el jardín del fin del mundo. Javier Cánaves habla con José María Cumbreño

JC: Recientemente apareció su último libro, "Estrategias y métodos para la composición de rompecabezas". Sé que, pese a su indudable calidad, tuvo algunos problemas para poder publicarlo. ¿Tan difícil resulta publicar un libro de poemas en España?

JMC: Puede parecer contradictorio, pero nunca ha resultado tan fácil y a la vez tan complicado publicar poesía. Fácil porque la edición institucional (raro es el ayuntamiento o diputación que no cuenta con un servicio de publicaciones propio) ha convertido al escritor inédito casi en una especie en vías de extinción. Complicado porque conseguir colar un poemario en el catálogo de una editorial con una distribución potente ya es harina de otro costal. Claro, queda el recurso de ganar un premio, aunque, por desgracia, muchos de ellos no sirven sino para que ciertos editores promocionen a ciertos autores (los suyos, por supuesto, los de la casa). A esto hay que sumar que, dado que la mayor parte de los jurados los componen las mismas personas, se termina favoreciendo una única manera de entender la escritura.

“Estrategias” estuvo aproximadamente un año presentándose a concursos (incluso llegó a ser finalista en seis) y, después, convertido ya en archivo adjunto, llamando a las puertas de unas cuantas editoriales. Durante meses, silencio: ni una sola respuesta. Al final (y cuando ya pensaba que no pasaría nunca de la fotocopia y la encuadernación en canutillo), tuvo la suerte de encontrar un hueco en una colección tan seria y elegante como la de El Bardo. Producto mitad de la fortuna, mitad de la insistencia. Una curiosidad: tanto tiempo sin que nadie contestara y, sin embargo, luego, en apenas tres semanas, cinco editores llamaron ofreciéndose a sacar el libro. Lo que son las cosas.

JC: Vayamos a su trayectoria como poeta. Hasta la fecha, tiene tres poemarios publicados: “Las ciudades de la llanura”, “Árbol sin sombra” y “Estrategias y métodos para la composición de rompecabezas”. En una entrevista concedida hace algún tiempo, al comparar su segundo libro con el primero, dijo que se trataba de un libro más áspero. Unos meses atrás, le leí unos comentarios en los que apostaba claramente por la depuración de los textos y por la huida de la retórica superflua. ¿Sería correcto afirmar que su poesía tiende a la esencialidad? ¿Se reconoce en los poemas de “Las ciudades de la llanura”?

JMC: Más que de esencialidad prefiero hablar de intensidad. Un poema debe aspirar a ser pura tensión, a convertirse en la cuerda del arco un segundo antes de que el arquero dispare la flecha.

Desde que escribí “Las ciudades de la llanura” han pasado diez años. Obviamente, no soy el mismo. A veces, al releerlo, tengo la sensación de estar mirando un álbum con fotos antiguas. Ése que aparece retratado en ellas se parece a mí, pero no soy yo. De todos modos, con el tiempo me he dado cuenta de que en “Las ciudades” había semillas que después han ido germinando en mis libros posteriores. Así que en absoluto reniego de él. De hecho, seguramente el próximo otoño se publique una segunda (y revisada) edición en Ediciones Trashumantes.

JC: Me interesa su idea de intensidad. ¿Es compatible la intensidad, tal como usted la entiende, con el poema largo y narrativo? ¿Hay algo juanramoniano en esta intensidad, en este despojamiento de lo superfluo?

JMC: La intensidad no depende de la extensión del texto. De ser así, todo el mundo escribiría poesía del silencio. Y, afortunadamente, eso no ocurre. La intensidad, creo, tiene que ver con el intento de obligar al idioma a decir más de lo que dice. ¿Enrevesándolo? Ni mucho menos. Pienso en uno de esos lápices que usábamos en el colegio que tenían en la parte superior una goma. Lo difícil no es aprender a escribir: lo difícil es aprender a borrar. El ejemplo que cita, el de Juan Ramón, viene como anillo al dedo. Ojo, y que conste que a mí ni se me pasa por la cabeza comparar los poemas que uno perpetra con la Poesía (con mayúsculas) de J.R.J. También las brújulas miran siempre hacia el norte, aunque no hayan estado en él ni probablemente vayan a estarlo nunca.

JC: Lo mismo podría decirse de su faceta como escritor en prosa, del que es buena muestra su libro de narraciones breves “De los espacios cerrados”, que obtuvo el II Premio de Narrativa Corta Generación del 27. Recuerdo que al leer este libro pensé que muchos de los textos que en él aparecen podrían hacerlo perfectamente en alguno de sus libros de poemas. ¿Qué determina su inclusión en uno u otro? ¿Hay diferencia entre una narración breve y un poema en prosa?

JMC: Sí. Efectivamente, muchos de los textos de “De los espacios cerrados” pueden leerse como poemas en prosa, aunque debajo del título los editores colocaran la palabra cuentos. Ése es quizá mi libro más arriesgado, el más experimental. A mí siempre me gusta decir que es hijo de la generación del zaping, porque en él materiales en apariencia muy distintos conviven sin problemas y van conformando un conjunto unitario. Ahora que lo pienso, algo similar a lo que ocurre con el poemario que después del verano tendré la suerte de publicar en Calambur, que aparecerá dentro de la colección de poesía a pesar de que también juega con el equívoco. Que San Rafael Pérez Estrada nos coja confesados.

JC: Volviendo a la poesía de José María Cumbreño, ¿qué importancia le da usted a la musicalidad, a la cadencia, en el poema? Le pregunto esto porque no hace mucho leí las declaraciones de un poeta que aseguraba que Poesía es canto y siempre lo será, que su componente principal e ineludible es la música. ¿Qué tiene que decir al respecto?

JMC: Pienso en la legión de adolescentes que tararean canciones en inglés cuyas letras no entienden. Reducir la poesía a sus ingredientes sonoros equivale a despojar a las palabras de muchas de sus capacidades. ¿Música? Sí, claro. Pero no sólo. O no principalmente.

JC: Hablemos del panorama poético en España. ¿Cómo lo ve? ¿Hay razones para el optimismo? ¿Destacaría alguna voz?

JMC: La poesía en castellano goza de buena salud, mucho más en Hispanoamérica que en España. Afortunadamente, gracias a internet puede uno conocer lo que se está haciendo en cualquier sitio y empaparse (aprender) de otros planteamientos de escritura.

En líneas generales, en nuestro país hay pocos poetas jóvenes que se arriesguen, que se lo jueguen todo cuando intentan un poema (los epígonos se tomaron realmente en serio aquello de creced y multiplicaos). Aun así, es posible encontrar, muy de tarde en tarde, voces interesantes, radicales y distintas como las de Miriam Reyes, Abraham Gragera, Vicente Luis Mora, Pablo García Casado, Enrique Falcón o Antonio Orihuela.

JC: Sabemos que después de verano aparecerá su próximo poemario. ¿Leeremos alguna vez una novela de José María Cumbreño?

JMC:Nunca puede decirse de esta agua no beberé, aunque, de momento, lo veo poco probable. La novela, como estructura arquitectónica, me intimida un poco.

JC: Ya se ha convertido en costumbre terminar la entrevista preguntándole a mi invitado si cree que es posible la poesía en el siglo XXI. ¿Qué piensa?

JMC:Se pongan como se pongan las estadísticas y los índices de lectura, la poesía no parece condenada a desaparecer. Ahí están los miles de mensajes de móvil que los adolescentes se envían a diario, lo que demuestra que el hombre sigue siendo un mono que necesita comunicarse con otros monos. Eso sí, seguramente cambiará (o ampliará) las vías que en la actualidad utiliza para propagarse y el poemario de papel terminará conviviendo con el poemario digital. In Google we trust.

Literatura

Javier Cánaves

José María Cumbreño
Fotografía: Luis Felipe Comendador.

Un poema debe aspirar a ser pura tensión, a convertirse en la cuerda del arco un segundo antes de que el arquero dispare la flecha (...)