Luke nº98 Julio - Agosto 2008

Zarzalejo Blues. Redadas en la Red

En vista de la batería de medidas promovidas por las autoridades gubernativas que, de un tiempo a esta parte, se conocen a través de los medios de comunicación, uno se pregunta si estos últimos años no habremos vivido una “edad de oro” internauta cuyo ocaso está a la vuelta del ratón. Y es que no resulta fácil tomar conciencia de las épocas de bonanza en momento real, cuando se halla uno cómodamente instalado en ellas, sino que su brillo siempre se agiganta a toro pasado cuando se las contempla desde alguna de esas fases de penuria que, antes o después, las acaban sucediendo.

Una de estas medidas –la que podría tener un efecto más inmediato en muchos usuarios de la red- consiste en el envío por parte de las autoridades británicas de ochocientas cartas a otros tantos internautas conminándoles a interrumpir de modo definitivo esas descargas ilegales de música y de películas a las que son tan aficionados. La iniciativa fue ideada por el gobierno de Sarkozy como el modo más efectivo para acabar con dichas descargas. Tras recibir una serie de avisos, quien haga caso omiso de los mismos podrá ver su línea de adsl bloqueada de forma indefinida. Si la medida se demuestra efectiva, y todo hace pensar que así será, cabe pensar que es sólo una cuestión de tiempo que venga aplicada también en nuestro país.

¿Cuál es el margen de maniobra de los internautas ante una amenaza de ese calibre? Pues parece que más bien poca. Las mismas cualidades, a menudo glorificadas, que caracterizan a la comunidad internauta: aislamiento físico, dispersión geográfica, conspiran esta vez en su contra, al menos mientras, a diferencia de lo que ocurre en Estados Unidos, Internet no deje de jugar un papel anecdótico en la elección de los candidatos españoles. Tampoco parece que una manifestación multitudinaria en Second Life pudiera servir de mucho como medida de presión ante nuestros gobernantes. Está también por ver el efecto de una hipotética huelga virtual, máxime cuando para muchos usuarios de la red sus ordenadores constituyen su herramienta de trabajo.

Pero las grandes compañías discográficas y las distribuidoras cinematográficas cometerían una ingenuidad si pensaran que basta con bloquear las descargas ilegales para que el negocio revierta a su situación original como si los últimos años no hubieran existido. Su producto ya no puede ser concebido del mismo modo que lo era antes, cuando resultaba impensable su transmisión a través de Internet. ¿Quién va a pagar de ahora en adelante dieciocho euros por un cedé que como artículo de consumo ha quedado muy desprestigiado? Cabe imaginar que el futuro esté en un servicio de descargas legales ágil y limpio a cambio del pago de una cuota. Aunque para ello aún tienen que cambiar muchas mentalidades, y no sólo la de los consumidores sino también las de algunos directivos que se resisten a perder el control de cotos que un día creyeron exclusivos y a compartirlo con las operadoras que proporcionan sus servicios en la Red.

Al margen de las descargas ilegales hay otras iniciativas cuyo destino, solapado o no, parece ser el de poner cerco a la Red, siempre con la necesidad de la seguridad como coartada. Cada vez son más los gobernantes –a Bush le sigue, cómo no, el hosco premier británico Gordon Brown, pero también sorprendentemente un país de tradición garantista como Suecia- que aprueban o preparan leyes destinadas a escrutar el contenido de los correos electrónicos que intercambian los ciudadanos de sus respectivos países (¿de verdad se atreverían si el grueso de la comunicación escrita privada aún se hiciera por correo postal?). Se ha especulado también con la necesidad de crear un registro obligatorio para los bloggers, una especie de DNI telemático a través del cual quedaría acreditada la identidad del mismo no fuera a aprovechar la libertad virtual para hacer labores de agitación.

Son sólo ejemplos de lo que parece que está por venir. Todo apunta a que en un futuro más bien próximo se estrechará el cerco a la libertad de movimientos en la Red, al igual que ya ocurre en nuestras calles con las cámaras de video-vigilancia. No conviene olvidar que el espíritu libertario en la era virtual depende en última instancia del clic de un interruptor.

Opinión

Sergio Sánchez-Pando

Cacheo

Pero las grandes compañías discográficas y las distribuidoras cinematográficas cometerían una ingenuidad si pensaran que basta con bloquear las descargas ilegales para que el negocio revierta a su situación original como si los últimos años no hubieran existido. Su producto ya no puede ser concebido del mismo modo que lo era antes, cuando resultaba impensable su transmisión a través de Internet. ¿Quién va a pagar de ahora en adelante dieciocho euros por un cedé que como artículo de consumo ha quedado muy desprestigiado? (...)