Luke nº93 Febrero 2008

Apuntes 6

Aislados. La sensación de viaje sólo es sostenida por el recuerdo impreciso de las escalas puntuales. No existe el tiempo del tránsito. No existe la unidad capaz de medir la demora. El éxtasis, la idea brillante, la revelación presuntamente cegadora, el instante único e irrepetible… todas esas percepciones sobrevaloradas sólo existen “mientras acontecen” pero es un error preñado de lógica –aunque negado de filosofía- pretender eternizarlas como en un desfile sobre la lengua rosácea que, a modo de lujosa alfombra, tanto nos gusta extenderles. Se instalan, eso sí, en el lenguaje y, con más propiedad, en sus aposentos situados en algún lugar de la corteza cerebral pero luego se evaporan. No hay memoria física capaz de recrear su naturaleza de forma continuada ni de mantener, creíble, el efecto de su duración.

Pero no todo está perdido. Siempre nos queda enorgullecernos –viejos simios gramáticos: por qué no- del estruendoso fracaso que padecemos –es sólo una prueba, es sólo un intento, otro más, nos lo repetimos- cuando intentamos manipular los procesos, provocar su reaparición espontánea, retroceder o incluso avanzar en el tiempo –la ficción de su presunta línea continua nos apresará el cuello hasta la asfixia- y sentir así, como en un último homenaje a la neurosis del coleccionista de imágenes, lo que ya se extinguió dejándonos un hermoso espacio vacío, las ruinas de un cortocircuito, el lugar primero de la retórica y las metáforas que debiéramos, ahora, al fin, desterrar del todo: un revuelo de pavesas, un rastro de placer o dolor inaccesibles, un eco irregular, una pulsión erótica o quizá administrativa, una necesidad de nombres con que paliar la monótona caligrafía del destierro bajo el sol del desierto —no hay regreso al lugar de las alucinaciones porque ya no pertenece a este momento. ¡El desechable momento de la añoranza!

Este lógico resentimiento –la búsqueda de lo inalcanzable que, sin embargo, no siempre coincide con lo inaccesible- define con exactitud el lenguaje; bien porque engrasa sus resortes dándoles una apariencia irreal de funcionamiento, bien porque, como el mismo aceite que alivia pero también pudre el metálico engranaje de los relojes, de igual forma, acaba atorando los mecanismos del pensamiento hasta la parálisis. Es entonces cuando, tal vez aterrados, apelamos a un lenguaje que primero nos muestre su propia descomposición y en ella –a su través: el ardid de la identificación como último agarradero de la supervivencia- nuestras ruinas, su arquitectura mineral, su esqueleto de polvo y viento. Si pudiéramos auscultarlo percibiríamos nuestro aliento ácido y sabríamos del mito de la deconstrucción vuelto del revés. No hay nada que destruir. Todo está por hacer -y hacerse- desde el principio de los tiempos; es decir, desde este mismo instante –inquieto- de incertidumbre.

Literatura

Juan Planas

Noria

Pero no todo está perdido. Siempre nos queda enorgullecernos –viejos simios gramáticos: por qué no- del estruendoso fracaso que padecemos –es sólo una prueba, es sólo un intento, otro más, nos lo repetimos- cuando intentamos manipular los procesos, provocar su reaparición espontánea, retroceder o incluso avanzar en el tiempo (...)