Luke nº93 Febrero 2008

Zarzalejo Blues: ¡Ayer era negro, hoy es blanco!

Pese a que los destellos que emite el centro del imperio pierden brillo, continúa vigente esa ley inexorable por la que hacemos nuestros multitud de usos y costumbres que de él nos llegan, adaptados, eso sí, a nuestra particular idiosincrasia. Tomar conciencia de ese reflejo, de ese mimetismo, puede ayudar a entender comportamientos que en los últimos tiempos han contribuido a perturbar nuestra convivencia. Baste pensar que la difusión de teorías conspirativas asociadas a los más variados acontecimientos es una práctica recurrente en Estados Unidos desde el asesinato de John F. Kennedy.

Así, resulta llamativo que algunos de los más significados arquitectos de la belicosa política exterior en la que se ha embarcado en los últimos años la superpotencia –adscritos a la corriente etiquetada como neoconservadora o neocon, enraizada también en nuestro país- abrazaran en su juventud postulados próximos a la ideología maoísta. Un giro vital que, pese a su magnitud, no debió pillar por sorpresa al mismísimo presidente, notorio por toda clase de excesos antes de hacer borrón y cuenta nueva al descubrir la fe en calidad de cristiano renacido.

Es sabida la entrega con que el converso se vuelca en su nueva causa. Basta si no con fijarse en la plasmación de dicho fenómeno en nuestra realidad. Casualidad o no, el mayor provocador del panorama mediático, esa especie de profeta del apocalipsis que truena desde el púlpito radiofónico fue en su juventud un entusiasta seguidor de las doctrinas de Mao Tse Tung. Por su parte, bajo los ropajes de concienzudo historiador del más notorio apologeta de los cuarenta años de paz nacional-católica asoman sus años mozos como activista de un grupo revolucionario de extrema izquierda embarcado en la lucha armada contra el sistema. Son los casos más notorios, aunque no los únicos, de personajes con una acusada relevancia pública cuya evolución se plasmó en un violento giro de ciento ochenta grados que les llevó a abominar de todo aquello en lo que creían para pasar a enarbolar postulados diametralmente opuestos.

Por algún motivo el fenómeno de la conversión fulminante respecto al marco ideológico se produce en todos los casos en una sola dirección. No hay al menos constancia de lo contrario. Pero sorprende, no ya la notoriedad que adquieren algunos de esos personajes sino el que rara vez se cuestione la falta de coherencia de sus trayectorias. Cabe preguntarse si será acaso el fervor del iluminado que arrampla con cuanto se le pone por delante, o puede también que se conviertan en piezas útiles, valiosas, para promover determinados intereses. Nadie, en cualquier caso, parece cuestionar que esas soflamas pétreas que lanzan personajes con tanta proyección mediática sean el producto de trayectorias tan desconcertantes.

Uno se pregunta en qué medida puede la experiencia personal haber condicionado el giro vital de esa clase de personas. Le vienen entonces a la mente figuras como el ex-yonqui entregado con todo su ser a una vida saludable, o el antiguo fumador empedernido que no tolera ya el humo de una cerilla, o la que fue prostituta obsesionada con la purificación de su cuerpo y alma a través de una alimentación macrobiótica. Seres descompensados, escorados ante la incapacidad de conciliar sus excesos y defectos, tendentes a la sobreactuación, a reacciones extremas, proclives a purgar con una voluntad férrea aspectos de ellos mismos que ya no soportan. Brotan así sentimientos equivalentes al perdón, la culpa, el arrepentimiento, sobrevenidos por una mala conciencia y un deseo imperioso de limpiar todo rastro de pecado. El problema surge cuando el ímpetu del converso traspasa el ámbito estrictamente privado. Estalla entonces el deseo irrefrenable de compartir su experiencia, de propagar su verdad, y de hacer el BIEN, ése mismo del que dios tenga a bien guardarnos por muchos años.

Opinión

Sergio Sánchez-Pando

blanco y negro

Por algún motivo el fenómeno de la conversión fulminante respecto al marco ideológico se produce en todos los casos en una sola dirección. No hay al menos constancia de lo contrario. Pero sorprende, no ya la notoriedad que adquieren algunos de esos personajes sino el que rara vez se cuestione la falta de coherencia de sus trayectorias.