Luke nº93 Febrero 2008

La verdadera religión

Decía Charles Baudelaire que los únicos grandes entre los hombres eran el poeta, el sacerdote y el soldado, es decir, el que canta, el que bendice y el que sacrifica y se sacrifica. El resto, aseguraba, está hecho para el látigo. Bonitas palabras. Qué esperar de un antisemita, clasista y misógino como Baudelaire. Poseer el don o la suerte de dominar un arte no nos salva de la infamia. A veces, incluso, la fomenta. Seguramente, el gran poeta francés estaría encantado con las declaraciones que, en los últimos tiempos, a través de sus obispos, viene efectuando la Conferencia Episcopal Española. Este progresivo desenmascaramiento puede convertirse en un flaco favor al PP, su apuesta clara. Nada más efectivo para espolear a esa franja de socialistas dudosos que buscarles las cosquillas morales. Es lo que tiene no haber superado el s. XIX. Pero todo es comprensible. Hay quienes ven en esto los últimos coletazos de un animal herido. Un amigo filósofo me lo explicaba el otro día: “El mundo se encamina hacia un aumento de la espiritualidad, pero una espiritualidad libre, al margen de ritos y estructuras caducas. En este nuevo panorama que se avecina, la Iglesia –tal y como la conocemos hoy– tiene los días contados”. Es posible. Jugar a ser adivino es fácil, además de tentador. La religiosidad, es decir, el sentido espiritual de la vida se parece mucho al cargo de seleccionador nacional: todos tenemos nuestro once ideal y todos sabemos el juego que le conviene. En este sentido, si me viera con la obligación de definirme, diría que soy un ateo que alberga sentimientos confusos de trascendencia. Quizá tenga que ver con la cansina necesidad de creer. Para finalizar, citaré a Svevo, con el que no puedo estar más de acuerdo cuando dice que “la verdadera religión es precisamente aquélla que no es necesario profesar en voz alta para obtener ese consuelo del que alguna vez –raramente– no se puede prescindir”.

Creación

Javier Cánaves

maria recalde ezkioga

Jugar a ser adivino es fácil, además de tentador. La religiosidad, es decir, el sentido espiritual de la vida se parece mucho al cargo de seleccionador nacional: todos tenemos nuestro once ideal y todos sabemos el juego que le conviene (...)