Luke

Luke nº 101 - Diciembre 2008
ISSN: 1578-8644
Javier Martín Ríos

Acusaciones

En el mundo de la literatura y el arte, los instintos más viles de oscuros intelectuales siempre están a flor de piel y de pronto, como si fueran un fuego dado por extinto de un volcán, estallan para sembrar el caos y la discordia a su alrededor. Pasa en todas las profesiones, en la universidad, en la oficina, en el mercado de las vanidades; cuando afloran la envidia, los celos, las más bajas pasiones, los seres humanos transidos de odio desentierran el hacha de guerra y lanzan sus ataques desmedidos contra todo aquél que consideran un obstáculo que se ha interpuesto en su camino. Son muchas las formas de golpear. A veces son golpes directos, y otras veces, más viles y cobardes, golpes indirectos, pero con el mismo objetivo de destrozar y causar el mayor daño posible. Cartas de denuncia, escritos anónimos llenos de calumnias, rumores falsos expandidos sin ton ni son para acabar con la buena fama de una persona... no importa la estrategia, lo principal es destruir al enemigo sea el medio que sea.

En el mundo de la literatura y el arte, como suele ocurrir a menudo, existen intelectuales oscuros que no pierden la más mínima oportunidad para desprestigiar a un compañero de profesión. Imagino al intelectual celoso sin poder dormir y maquinando con la forma de acabar con el ser que tanto odia y desprecia. Imagino que lo debe de pasar muy mal, que sufre como nadie en este mundo, siempre al borde de la depresión con sus autoalimentadas paranoias mentales, dedicando gran parte de su preciado tiempo a investigar cualquier debilidad que pueda ser decisiva para asestar el golpe definitivo. Estas debilidades pueden encontrarlas en un desliz cometido durante la niñez, la adolescencia, la juventud del difamado, o en su entorno familiar, o en el de los amigos, o donde sea, lo importante es encontrar cualquier evidencia que justifique que su despreciado enemigo debe pagar por haberse interpuesto donde no debía.

En tiempos de dictadura era (y es) muy propio quitarse de en medio ese obstáculo por medio de acusaciones. La historia nos ha dejado muchos testimonios vergonzosos, plagados de injusticias, y que algún investigador debería recopilar y recuperar la memoria de las víctimas causadas por las falsas acusaciones promovidas por los intelectuales celosos. Una carta inteligentemente enviada a un superior podía ser una sentencia irrevocable, la pérdida de un puesto de trabajo, la cárcel, el destierro y, a veces, hasta la muerte. A menudo tampoco se escapaba la propia familia de las acusaciones, porque la mala hierba había que arrancarla de raíz y evitar que creciesen futuras voces discordantes.

Pero lo más triste es saber que en las modernas democracias en las que hoy tenemos la fortuna de vivir, existan esos oscuros intelectuales que actúan como si vivieran en tiempos de dictadura. No llevan pistolas en los cinturones, pero todos sabemos que las palabras mezcladas con la pólvora del desprecio pueden causar el mismo daño que las balas. Ellos lo saben, pero el odio les ciega.

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