Luke

Luke nº 101 - Diciembre 2008
ISSN: 1578-8644
Jorge Espina

Poemas del bosque y de la lluvia

Poemas del bosque y de la lluvia
Antonio Rigo
Editorial Baile del Sol, 2008

Cuando el escritor estadounidense Ray Bradbury escribió en 1953 Fahrenheit 451, no sospechaba lo cerca que nos encontraríamos de su antiutopía cincuenta años después: Un mundo donde el pensamiento es el principal enemigo de una felicidad impuesta a todos los ciudadanos, de una felicidad que proviene del consumismo y el ocio, que lleva a la incomunicación y el aislamiento entre miembros de una misma familia, una felicidad que nos convierte a todos en extraños. Es una sociedad que promueve y premia el entretenimiento fácil antes que el desarrollo de la imaginación, el consumismo voraz antes que la observación. De este mundo de locura surge no un bombero como en Fahrenheit, sino un hombre con un mono cubierto de grasa. En su primera mutación, Antonio Rigo se convierte en un poeta lírico-mecánico, y con el libro Poemas del polígono industrial causa una conmoción en el mundo literario. Refiriéndose a este libro, el poeta beat Gary Snyder comenta que sus poemas están llenos de fuerza y van más allá de las categorías fáciles; y añade que, si intentamos una reconciliación con el mundo físico tanto desde el lado de la naturaleza como desde el lado de nuestra vida diaria en el mundo real, en ambos casos es un paso hacia la cordura y la reconciliación. Buscando esa cordura, Rigo abandona el polígono industrial. Siguiendo el consejo de su amiga la escritora y traductora Lucía Graves, hija del poeta y novelista inglés Robert Graves, Rigo se lanza al acantilado. Ese salto al vacío sin red que es la poesía.

Al anochecer enciendo hogueras / donde celebro los gestos, / las ausencias, las ciudades. / He llegado. Soy todo lo que hice. / Y eso ya no existe.

Dos años después de escribir los poemas del polígono industrial escribe Poemas del bosque y de la lluvia, que permanecerá oculto durante once años, mientras escribe y publica, entre otros, Poemas del aeropuerto, Días de radio y niebla y Pan con aceite y otros poemas, obras todas ellas en las que aparecen poemas cortos que nos recuerdan a lo mejor de toda la tradición poética oriental. Los poemas más largos están llenos de esos relámpagos de revelación a los que Joyce llamó epifanías.

Volviendo al libro que nos ocupa, los que conocemos a Antonio sabemos que pasear a su lado es caminar por un bosque de enebros. Así, este poemario fue escrito por un cerezo para ser leído por un bosque. En él habla de la lenta transformación de un hombre en árbol y crece la poesía con la misma naturalidad vegetal con la que crecen las flores, para lo que es necesario pensar como un árbol, sentir como un árbol, amar como un árbol o como un animal mojado en la noche.

Rigo no utiliza estúpidos academicismos ni palabras rebuscadas (lugares comunes en la poesía actual). Un cerezo en flor muestra su hermosura sin petulancia; así, si el camino más corto entre dos puntos es la línea recta, el camino más corto entre dos palabras es la verdad, y la única verdad que se puede defender es la del sentimiento. Lo demás es paja y conjetura.

Antonio Rigo es una selva que crece ganando metros a la ciudad. Un druida que conoce la rosa enferma que vive en el interior de la luz:

Es la hora del adiós a las ciudades. Es la hora del adiós a los números y a la aritmética absurda de las culpabilidades. Es la hora de amar la soledad. Es la hora –yo soy mío- del bosque encendido.

Por edad, Rigo pertenece a la generación del setenta, pero no me atrevería a incluirlo en una generación que ha dado lugar a estilos tan dispares como enfrentados. Un poeta obsesionado e influenciado por una voz anterior suele terminar por ser una burda copia de su maestro. Sin embargo, cuando un poeta se abre de verdad a la poesía y disfruta en libertad con igual placer todos los estilos poéticos, suele aparecer una voz propia. En este caso, la voz irrepetible de Antonio Rigo.

Poemas del bosque y de la lluvia