Luke

Luke nº 101 - Diciembre 2008
ISSN: 1578-8644
Luisa Balda

Etnotipos

Bastantes humanos occidentales andan enzarzados en el puro anecdotario de la vida, ajenos al valor o al significado fundamental de la existencia. El hábito, el flujo de las actividades cotidianas los detiene, y les impide sentir más allá del peso de sus zapatos de plomo.

Hay quienes logran que no les abrume tanto lo anecdótico, y suben hacia arriba para quedarse enganchados en su ombligo. Y, mirándoselo con arrobo, en él se quedan enredados.

Otros se paran en el corazón, y sienten y palpitan emocionados. Y los de más allá se aíslan en su cabeza, entre teorías, fórmulas y disquisiciones. Y el resto, quizá los más numerosos y entre los que me encuentro, intentamos combinar los pies y los zapatos con el sombrero, sin olvidar que tenemos ombligo y corazón.

Y, a menudo, viviendo de la forma que a cada uno nos es posible vivir, pensamos que nos mantenemos por nosotros mismos, que nuestros pies, nuestro ombligo, nuestro corazón y nuestra cabeza son suficientes ganchos para amarrarnos a la vida. Pero quien nos sujeta sin duda es el afecto de los otros, de nuestra familia y amigos, de nuestros hijos, nuestra pareja o nuestro hermano.

Sin el bastón que supone el afecto seguro de los demás es fácil tambalearse. Y quienes no tienen la suerte de recibir o de destilar amor, no sólo se tambalean, sino que caen de bruces y les cuesta enorme esfuerzo levantarse.

Todos gozamos del soporte que es el afecto mutuo. Todos, menos los psicópatas, que corren como locos de un lado para otro sin sujeción, y se crecen o alegran con el dolor ajeno; y, quizá para no enterarse de los apoyos que les faltan, descargan golpes morales o físicos a cada paso.

A esos, para pararlos, me encantaría romperles las piernas aunque ni ellos tengan clara culpa de lo que son.