Luke nº95 Abril 2008

Pasaporte hacia el abismo: Poe según Cortázar

El pasado verano le hinqué al fin el ojo a uno de los libros a los que más ganas le tenía: la colección completa de los cuentos de Edgar Allan Poe que Julio Cortázar tradujo y editó en 1956. El encargo le llegó al argentino desde la Universidad de Puerto Rico, en la que entonces trabajaba el sin par Francisco Ayala.

Cortázar siempre confesó que traducir a Poe era uno de los trabajos que había realizado con mayor gusto. Ese placer impregna todo el libro y hace que el lector se sienta doblemente complacido; se diría que Cortázar nos acomoda en el sillón de orejas, enciende la chimenea y nos sirve la copa de oporto para que nosotros podamos centrarnos en la lectura y descender sin interrupción desde la comodidad burguesa del lector a la embarazosa exploración de los demonios interiores.

La semblanza que Cortázar hace de Poe tampoco tiene desperdicio. Elucida con pasión el periplo vital de escritor bostoniano, y, allí donde la historia no llega, apunta lo que encuentra más probable. Nos cuenta así cómo Poe se educó como un caballero sudista, lo que explicaría tanto ciertas posiciones políticas como su inclinación hacia la salmodia tétrica y la fascinación necrófila. También sostiene Cortázar que Poe no era alcohólico, si consideramos como tal a quien abusa de la bebida. Siempre según el argentino, Poe padecía una severa hipersensibilidad al alcohol que lo catapultaba a un estado de lucidez alucinada casi desde el primer trago.

Esa tormentosa relación con el alcohol junto con algunos otros factores decisivos, como su temprana orfandad o su apasionamiento por las mujeres, conformaron una personalidad que se ajusta a los cánones del héroe romántico: un extraño equilibrio entre fortaleza y fragilidad, una tendencia suicida a beberse la vida a borbotones hasta consumirla. El más claro testimonio de ese fervor son sus cuentos y poemas. Cuando escribió su poema más célebre, El cuervo, estaba en la cima de su carrera; y sin embargo, bien sabía Poe que todo lo que le quedaba era ya deslizarse sin remedio, cada vez a mayor velocidad, hacia su propio abismo.

Y es que al igual que aquel magnifico y aterrador Dostoyevski que Coeztzee imaginó en El maestro de Petersburgo, Poe sabe que vivir es un precio: el precio que debe pagar por poder escribir. Atormentado por sus demonios interiores (los más crueles y, quizás, los únicos en verdad temibles) murió tras varios días de delirio etílico. Tras él quedaron sus cuentos y poemas, como una sincera y embriagadora invitación para compartir esos mismos demonios.

Literatura

Gabriel Rodríguez García

Edgar Allan Poe

Cuando escribió su poema más célebre, El cuervo, estaba en la cima de su carrera; y sin embargo, bien sabía Poe que todo lo que le quedaba era ya deslizarse sin remedio, cada vez a mayor velocidad, hacia su propio abismo (...)