Luke nº95 Abril 2008

¿Y dónde están las monjas- azafrán?

No, no es tan rara la pregunta. Lo digo porque monjes tibetanos hay unos cuantos, y al parecer bastante belicosos- razón no les falta- dentro de ese pacifismo como vegetal que les caracteriza.

También les caracteriza su facilidad para llenar polideportivos, encandilar a las estrellas de Hollywood y viajar por el mundo casi en pelota. Bueno, con los brazos al aire y la cabeza bien rapada, que da frío sólo de pensarlo. Un país donde hasta los berberechos nacen monje pero no hay ni una sola monja en el catálogo, da qué pensar. Sobre todo si su jefe de gobierno se reencarna – qué cosas- en niños raros fruto de la unión de dos señores aún más raros, de tendencias budisto-revisteras. El euro es el euro, oiga, por más que uno se llame Oshel. Controlar un sistema electoral tan sofisticado debe ser difícil. Puestos a rizar el rizo, pongamos que nuestro querido Papa, en lugar de ser democráticamente elegido– no metamos al Espíritu Santo en este berenjenal, ni siquiera bajo el disfraz de lengua de fuego- decidiera perpetuarse por reencarnación. Fliparíamos, ¿no?. Ya veo a todas las Maris del barrio presentando niños candidatos al trono del Vaticano, reconociendo mitras, casullas y sandalias de pescador. Menudo lío, tú. ¿Y si el niño, antes de echar los dientes, ya nos hablase en latín? ¿Y si su primera gracieta le saliese en forma de homilía? ¿Y si el niño candidato fuera niña o transexual? Curiosamente, a todo el mundo le parece de lo más normal la extraña teocracia tibetana. Bueno, a mi no, pero es sabido que yo tengo espíritu de palmero a la contra. Efectivamente: Todos adoran al Dalai Lama, que tiene cara de buena persona y eso a lo que, tirando por lo humilde, llamaríamos carisma. Premio Nobel de la Paz, tanto si se reencarna como si no. ¡Ahí es nada!. Claro que, ahora, el premio Nobel se lo dan a cualquier mindundi. Pero, volvamos a lo nuestro... Desde que hace más de cuarenta años los hippies descubrieran el budismo y todo el pijerío existente- de derechas, de izquierda y de centro periférico- se embelesara con sus músicas, el budismo nunca ha dejado de estar de moda. Lo mismo ocurrió con Jimmy Hendrix y las sardinas de Essaouira, pero esa historia tendrá su reseña más adelante. Estéticamente, me gusta más lo nuestro. Y cuando digo estéticamente no me refiero sólo a los modelitos, sino también a la música y toda la parafernalia que surge alrededor del representante de una deidad. Espiritualmente, el budismo parece bastante compacto, vehículo indiscutible a experiencias profundas, pero sigo sin entender por qué no hay monjas budistas visibles, por qué a veces parece que ni siquiera hay tibetanas en el Tibet. Tampoco entiendo por qué tenemos que asumir, en pleno siglo XXI, una teocracia tan rancia. No, no me gustan las teocracias, ni católicas, ni musulmanas ni budistas, ni me gusta ver a monjes de tres años con permanente cara de susto o estupefacción capitaneando ejércitos de azafrán que trompetean unas músicas que acongojan hasta a las cabras. Por supuesto, me repugna que China se dedique a invadir países y a intrigar contra todo aquel que les lleva la contraria, pero lo cierto es que no entiendo ni la mitad de lo que se cuece en Lhasa. Y mira que he visto la peli de Brad Pitt unas cuantas veces... (¡Es broma!). Sería bueno que el mundo le diese un buen escarmiento a China y boicotease las olimpiadas en una sola voz, pero también sería positivo que, de una vez por todas, dejásemos de babear ante un ser tan extraño - ¡mira que reencarnarse!- como el Dalai Lama. Mientras tanto, que alguien me explique dónde están las monjas tibetanas. ¿En el armario de las escobas, por un casual?.

Opinion

Inés Matute

Monje

Un país donde hasta los berberechos nacen monje pero no hay ni una sola monja en el catálogo, da qué pensar. Sobre todo si su jefe de gobierno se reencarna – qué cosas- en niños raros fruto de la unión de dos señores aún más raros, de tendencias budisto-revisteras (...)