Luke nº95 Abril 2008

El Art Brunch y el traje nuevo del emperador

Algo huele a podrido, esta vez en Palma, cuando para arrastrar al coleccionista, al estudiante de Bellas Artes o al mero espectador hasta las galerías, hay que colar las obras entre canapés de queso y sobrasada y, además, deleitarle con un concierto de clarinete. La idea tiene su cosa lúdica y hace un buen maridaje con los primeros soles de la primavera, pero yo dudo mucho de su eficacia, a pesar de habernos merendado ya cuatro ediciones y de que la gente acuda en masa convirtiendo el art brunch en una romería. Pregunta: ¿Se ha vendido más? ¿Se ha justificado el dispendio? ¿Ha mejorado la muestra artística? Silencio. Pues eso.

La epidemia es general y su patología se extiende vigorosamente; la enfermedad ataca a los artistas, pero aún es más cruel con los críticos, con los comisarios, autoproclamados “independent curators” que están en todas partes y que son los principales portadores del virus. Aparentemente, alguien ha decido que el arte está moribundo, y para enterrarlo, nada como proclamar la vigencia de un arte vacío que se nutre de cava y aceitunas. En tiempos de crisis, ya se sabe, mola darle al carrillo y extasiarse ante una obra infumable que ni por un segundo nos planteamos adquirir. El concepto no es nuevo, tiene sus veteranos pioneros y, según parece, aún están entre nosotros – a finales del 2007 se premió a un artista que se enorgullece de no haber vendido una obra jamás. Ante semejante disparate, parece justo que se le subvencione con un premio nacional, dada su encomiable resistencia a la indigencia. En fin, pelillos a la mar, que esas luces ya quedan lejos y en el fondo huelen a chascarrillo malicioso-.

Tras la instalación vacía, el enchufe autoenchufado y la caja de plástico que chorrea “texturas”, cabe deducir que hay admiración por el antihéroe, por el trasgresor del sistema, y que conviene resaltarla cuando el sistema se derrumba y del arte sólo quedan los estertores. No voy a hablar de los cientos de padres con niños que acudían a las galerías a comer gratis, a beber gratis o a pasear por las animadas callejuelas palmesanas cuando aún es pronto para sacar la colchoneta. Tampoco de la calidad de las obras, porque hay más gustos que colores y yo también me canso del ejercicio de la suspicacia. Pero sí quiero recordar algo que, aunque puede parecer perpendicular al caso, a final se cuece en la misma olla. Hace escasos meses, a uno de los críticos internacionales más mediáticos se le confió organizar la Bienal de Sao Paulo. Pues bien, por aquello de rizar el rizo, anunció que el evento se abriría sin la presencia de ningún tipo de obra. Los místicos dirían que el vacío fértil es útil por invitar a la meditación, pero, para ese tipo de reflexiones, nos sobran las galerías, los artistas, los críticos y hasta el arte. Venga, venga, ¿para qué mostrar cachivaches inservibles que, además, cuestan un riñón? Es mejor ofrecer el puro vacío para que cada cual se emocione a la carta. Escandalizarse ya no tiene objeto, pues llevamos años siendo instruidos en el arcaísmo de la pintura, en los nuevos dogmas – también vacíos- de la “contempomodernidad”. Por eso vamos a las galerías como quien va al zoo, por entretenernos, por pasar la mañana y luego comentar. Si, además, llenamos el buche, pues tanto mejor. Tan inmunizados al despropósito estamos, tan sumisos a la aceptación ciega, que pienso que es poco probable encontrar a alguien que se atreva a decir, alto y claro, que el emperador va desnudo, que es una milonga eso del traje nuevo, un cuento, una chasco. Hasta entonces, eso sí, les agradecemos que nos den más pan y más circo. Y qué llenazo de gente, tú.

Arte

Inés Matute

Exposición

Escandalizarse ya no tiene objeto, pues llevamos años siendo instruidos en el arcaísmo de la pintura, en los nuevos dogmas – también vacíos- de la “contempomodernidad”. Por eso vamos a las galerías como quien va al zoo, por entretenernos, por pasar la mañana y luego comentar (...)