Luke nº95 Abril 2008

¿Una guerra cultural?

Jeffrey Herft, en su libro La modernidad reaccionaria, hizo en su momento un buen repaso del fondo neo-conservador de las obras de autores como Ernst Jünger o Martín Heidegger.

Las principales características del pensamiento que se difundía a partir de dichas obras eran, según Herft, cierto esencialismo apriorístico individual y colectivo (del Dasein al Volkgeist y viceversa) que marcaba a un pueblo o a una raza generalmente en peligro de extinción; la mitificación de una lengua hasta su intraducibilidad; una apología del ruralismo anti-burgués (vigente teóricamente en la figura del “ anarca” de La emboscadura de Jünger, o prácticamente en la cabaña en la Selva Negra de Heidegger); cierto machismo ideologizado bajo la imagen de la comunidad viril de los “ guerreros antiguos” y, por fin, un belicismo tan teórico como práctico (Tempestades de Acero). De que, al cabo, era pensadores reaccionarios por mucho que algunos los convirtieran en avanzadillas de la postmodernidad, no hay muchas dudas, visto el giro final de sus vidas, un giro que les encaminó hacia la religión - según dicen, el islam en el caso de Jünger y el budismo-zen en el de Heidegger. Pues, como se ha podido comprobar en numerosas ocasiones, en el momento en que en la cultura occidental se abjura de la tradición racional, la tendencia es a virar hacia la religión donde siempre hay undeus absconditus preparado para hacer pagar una originaria “deuda impensada".

Pero acaso lo más curioso es que este “modernismo reaccionario”, con sus vínculos religioso/religantes y su panoplia étnico-trascendental, es todavía detectable de manera más o menos explícita en muchos movimientos sociales y políticos supuestamente “ alternativos”, constituyendo el gran obstáculo oculto para la difusión de las ideas ilustradas, hoy explícitas en la Declaración de los derechos humanos y en los procedimientos democráticos. Y también que, paradójicamente, este fenómeno ocurre así mismo a gran escala hasta en lugares que operan como supuesto paladines de la democracia, donde los neo-conservadores hacen de la democracia su particular sayo y, repitiendo enfáticamente cuatro o cinco eslóganes al uso, intentan imponer su esquemática y maniquea visión del mundo por medio de una no declarada guerra cultural en la que lo más importante no son las ideas sino los gritos, las amenazas y las algaradas (y si todo eso no resulta suficiente, la intervención militar).

En esta no declarada guerra cultural - por lo visto perfectamente planificada (véase el libro de George Lakoff, No pienses en un elefante: lenguaje y debate político) - la violencia verbal y hasta física no es casual sino premeditada y parece más alimentarse de los inocentes demócratas que la consienten que de los propios impulsos de quienes la exhiben. O sea, algo así como ocurría con los camisas pardas de las SA nazis , aquellos “ simpáticos muchachotes” de la época de los “ primeros” Jünger y Heidegger, antes de que el delirio asesino de Adolf Hitler los ubicara en más pacíficas “ segundas épocas”.

Opinión

Vicente Huici

Arco

este fenómeno ocurre así mismo a gran escala hasta en lugares que operan como supuesto paladines de la democracia, donde los neo-conservadores hacen de la democracia su particular sayo y, repitiendo enfáticamente cuatro o cinco eslóganes al uso, intentan imponer su esquemática y maniquea visión del mundo por medio de una no declarada guerra cultural en la que lo más importante no son las ideas sino los gritos, las amenazas y las algaradas (...)