Luke nº95 Abril 2008

Dios es el instinto

En un aforismo misterioso por vago, Juan Ramón Jiménez asegura que Dios es el instinto. Por eso, le explicaba a una amiga a finales de marzo, Dios reside en el reflejo que nos empuja a ayudar al prójimo, pero también en el impulso de querer matarlo. Por eso, concluía, siempre está en retroceso. Ella no compartía mi punto de vista que, por otra parte, no era mi punto de vista, sino más bien mis ganas de polemizar. Suele ocurrirme cuando llega la Semana Santa. Debe ser la respuesta instintiva de mi cuerpo frente al miedo irracional que me producen esos hombres y mujeres con los rostros ocultos, tanta gente congregada para verlos desfilar. La conversación terminó con una frase nada misteriosa por parte de mi amiga: “Cuando te pones así, no te soporto”. La verdad, yo tampoco lo hago. Pero soporto menos las multitudes y mi concepto de multitud es bastante generoso. Estar con gente (me desvío del tema, lo sé) nos lleva a hablar sin tener nada que decir y es entonces cuando decimos las mayores tonterías o, peor aún, cuando nos da por defender puntos de vista que deberían permanecer en la más estricta intimidad. Después, irremediablemente, llega el arrepentimiento igual que llega la resaca, sólo que suele durar más. Hablar nos empuja a arrepentirnos de lo hablado, pero no podemos dejar de hacerlo. Lo ideal sería hablar sin expresar opiniones, limitándonos tan sólo a escribirlas. Esto no es mío (como casi todo lo que escribo), sino del escritor fracasado, casi inexistente, Julio Cantallops. Concretamente, en un párrafo de su novela hasta la fecha inédita dice: “Las palabras se hicieron para ser leídas o escritas. Sólo los necios pueden sentir placer al pronunciarlas en voz alta”. Ahora llega el momento de callarse, de dejar de escribir, de poner la mente en blanco, no sea cosa que me acabe arrepintiendo de este artículo. Para concluirlo diré que, aquella noche, mi amiga y yo no dormimos juntos, pese al instinto que me empujaba a su cama.

Opinión

Javier Cánaves

coger el cielo

Dios reside en el reflejo que nos empuja a ayudar al prójimo, pero también en el impulso de querer matarlo (...)