Luke nº95 Abril 2008

Amiga

A Lola Compairé

Cuando era joven, si veía que alguien lloraba por la calle, pensaba: “que mal lo está pasando: un amor le hace sufrir”.

Ahora a mi edad, después de tantos sueños deslucidos y de tantos amores vividos, cuando veo a alguien que llora por la calle también imagino otros dolores punzantes, otras pérdidas.

Porque, como tú amiga, he tenido la suerte de disfrutar de amores plurales, múltiples formas de sincero acercamiento a los otros. Además, cerca de ti he aprendido que hay otros amores -fuera de los afectos familiares- que nada tienen que ver con el enamoramiento: relaciones profundas y sabrosas pero desprovistas de todas esas interferencias, celos y chaladuras que acompañan a los amores en los que interviene el sexo.

Las dos hemos tenido la suerte de gozar de este tipo de relación: una comunicación profunda, una cómplice hermandad vivida con los ojos abiertos. Ahora imagino unas letras escritas sobre un fondo de luz: “amor asexuado, incondicional”: este sería el título perfecto para una amistad como la nuestra.

Porque hemos vivido encuentros en los que la mentira o el ocultamiento fueron innecesarios: casi todo lo sabíamos. Y lo que no se sabía, las dos lo intuíamos. Y lo que no éramos lo suficientemente listas para intuir, nos lo preguntábamos.

Y tus respuestas, amiga, unas veces hicieron temblar lugares que creía ya pacificados, y otras me sacudían los hombros y me sacaban de cualquier marasmo. Y las respuestas que otras veces tú me pedías procuraban también espabilarte sin daño (aunque sé que últimamente mis palabras o mis gestos insinuaban falta de esperanza ante tu enfermedad).

Y ahora, después de tanto querernos, amiga, tendré que aprender a vivir sin tu compañía. Tendré que aceptar que te quedes para siempre en ese otro lugar que, nos avisabas, estabas empezando a visitar. En otro lado, decías. Otro lado al que no podía acompañarte.

Y hoy que he vuelto a estar contigo, tu silencio –hablando desde ese lejano lugar- me ha enseñado el significado del consuelo: estando a tu lado he sentido perfumes delicados que apaciguan la pena de mi pérdida.

Y he aspirado los aromas contagiados por tu luz. Y he sentido una atmósfera cálida que he intentado explicarte con palabras: quería que percibieras aún con mayor claridad tu fragancia iluminada.

Y también te he hablado de la gran actividad de toda tu vida: profesora de las mejores palabras, ayudando a tantos a dar a luz; a darse luz, te he dicho.

Y en ese momento, por delante de la ventana de la habitación del hospital, ha pasado una cigüeña –metáfora cultural del nacimiento- dando realismo a mi voz.

Y después de nuestro encuentro de hoy, querida amiga; después de estar a tu lado sintiéndote cerca, creo que ya sabré cómo atrapar el viento que se escapa entre tus manos.

Y hoy, alégrate, he aprendido a traspasar tu piel para recoger esa tu fuerza, siempre a disposición de los demás.

Opinión

Maria Luisa Balda

Pensiorosa

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