LUKE nº 88

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Música

Agustín Fernández Mallo- Inés Matute: el viaje imposible de Lugo a Brooklyn.

Agustín Fernández Mallo / Inés Matute

Comencé a sentir debilidad por A.F.M hace varios años, cuando aún era un físico desconocido que se autoeditaba en Edición Personal. Al quinto texto que le leí comprendí que me encontraba ante un ser especial, distinto. Y ser diferente en la era del freakismo y la pose existencial tiene mérito. Agustín, que se hizo amigo con el paso del tiempo, es un raro pata negra, un alienígena disfrazado de Peter Pan. Este verano, y mientras él disfrutaba de sus vacaciones en Brooklyn, uno de los cinco boroughs de la ciudad de Nueva York, yo me recluía en un balnerario de la Galicia profunda, donde veía pasar nubes de panza de burra y ríos de un verde maligno. Agustín enviaba sus columnas a El Mundo y al Periódico de Cataluña, y yo imaginaba un diálogo imposible, fruto, quizá, de una intoxicación de aguas sulfurosas y pulpo a feira. Para este intercambio imaginario, extraigo su parte de un artículo titulado "Gorriones, salchichas y pantalones pitillo", publicado el 5 de Agosto en el mencionado diario catalán, y la mía, dicho está, de la Galicia caníbal, imaginario imposible donde Os resentidos practicaron hace décadas su peculiar expansionismo anarco-cultural.

Brooklyn

Hay un lugar al otro lado de Manhattan, un barrio de Brooklyn llamado Williamsburg al que se llega por un puente metálico del mismo nombre. La otra América. Un barrio antes industrial y portuario, y ahora lugar donde hay más artistas por metro cuadrado del planeta. Hay quien llama a esta dama victoriana y decadente la nueva Atenas. La tierra prometida de los hipster.

Lavadero

Hay un lugar en Galica llamado Lugo, antes Lucus Augusti. Una enorme muralla de piedra encierra más de 30 hectáreas en su interior. Lugo nació como ciudad campamental, a partir de la tradicional organización reticular de distribución urbana, propia de los asentamientos militares del ejército romano. A lo largo de la etapa imperial fue adquiriendo importancia por su situación estratégica entre las poblaciones también romanas de León, Astorga y Braga. Ignoro si en Lugo hay o no artistas remarcables, pero un paseo por la muralla me indica que la gente, vestida con ropa de invierno, utiliza el pasillo superior para hacer footing y observar al turista con recelo, una actitud, esa de la desconfianza, muy gallega. Al aire huele a viejo, a ciudad labrada por la reja de la historia.

Arteria principal de Williamsburg, Bedford Av. Casas de ladrillo rojo y tejadillos remachados con plomo. A lo lejos hay una furgoneta que vende helados a dólar, recorre el barrio varias veces al día emitiendo una música de muñeco de cuerda infantil. Frank me dice, "ahí está la furgo, vamos a por un helado de té y pistacho". Pasamos ante viejos edificios. En sus anfiteatros de escaleras que dan a la acera, jóvenes sentados sorben café de un vaso de plástico tamaño gigante con pajita, llevan pantalones pitillo, deportivas estampadas con la bandera americana, y gafas de sol Ray Ban a lo Dylan. Hay una sucesión de puestos de venta de segunda mano montados en el suelo. Frank dice "todo el mundo en Williamsburg construye cosas y vende cosas en la calle, yo vendí mis calcetines; usados, claro".

Ronda da muralla, Porta de San Fernando, Calle de San Frolián. Aquí hay Froilanes pedestres que desafían al verano lucense en blanquísimas deportivas sin marca- tocayos del hijo de la Infanta, duquesa del lugar- y un santo atrapado entre los penitenciarios de la catedral menos conocida del románico español. Aroma y quietud de piedra, la losa húmeda y musgosa de Galicia. Las casas son bajas y miran hacia dentro; la gente acelera el paso bajo la lluvia impertinente. "Chove". A las ocho, procesión multitudinaria en dirección al bar. Pulpo. Queso teta y membrillo. Sardinas. Todas las rutas en la parte vieja son gastronómicas. Música de gaita siglo XXI, esculturas en la calle, dispuestas como al azar. Una mendiga me vende una bruja de fieltro, curioso pin. "Meigas, haberlas hailas". Aquí sí.

Ante la furgo heladera multitud de niños puertorriqueños se agolpan. Hacemos cola, unos chicos que llevan sombrero y calzan unas Vans de cuadros comentan algo de un misterioso proyecto y de un gorrión que se cayó de un árbol. Tomamos el helado en un banco improvisado, obra de un artista australiano especializado en "mobiliario urbano no declarado"; el nuestro es una plataforma de hierro soldada al poste de un semáforo. Actúa por la noche, poco se sabe de él salvo su firma. Huele a alquitrán, están asfaltando, "eso es lo que acabará con este barrio", aclara Frank. Pocos metros más allá, una joven con gafas de pasta escarba en lo profundo de su móvil. El sol corta en Bedford Av. Hay tiendas, regentadas por polacos con un letrero que pone Deli abiertas 24 horas. Ahí encuentras cerveza, carne picada, mecheros Bic o helado de nube de quiosco.

Ante el descuajeringue telefónico, la gente se agolpa frente a la tienda de Vodafone. Bajo la lluvia, los móviles entran en coma incluso dentro de los bolsillos. Ciudad caos, sin cobertura, sin semáforos, sin afán de continuidad. "Lo bueno de Lugo es que está a una hora de Coruña, ¿por qué has recalado aquí?" En el Sur nos sobra sol, guiris de piel de chopped, arroces de Paellador. Me atrajo la diferencia, los bosques perfumados de eucalipto y los percebes del mar traidor. Observación: Las mujeres lucen una moda sin nombre que nadie reivindicará jamás. En la plaza, junto al crucero, otra escultura incalificable, madera totémica. La cuidad desvela poco a poco sus secretos. No todo es piedra ni siglo XII; su misterio no reside- ¡al contrario!- en lo que se ve.

En los años 70 y 80 en Williamsburg hablaban las balas. Cuando llegaron los artistas todo cambió. Luis Macías, un pintor mallorquín que lleva aquí 11 años, comenta: "Cuando yo me instalé, aún oías por las noches algún disparo en la calle, después llegaron los artistas y eso hizo que, como hace años en el Soho, se abrieran tiendas; de repente había un comercio real. La gente del barrio dice que están en deuda con nosotros. Los artistas somos auténticos detergentes urbanos, vamos limpiando barrios". Me entero de que Scorsese rodó aquí su celebrada Malas calles, y también algunas tomas de Infiltrados. Hoy Williamsburg es una macedonia que habla de proyectos, ajena a la suciedad de la calle, a las carencias del barrio, al trash de la vida. No hay comienzo que valga la pena sin su particular emisón de residuos.

Leyendas urbanas. Por higiene mental, conviene desconfiar del discurso de los benefactores ( y si portan megáfono, más). Los artistas se instalaron en las zonas degradadas, las rehabilitaron, las caramelizaron con sus lofts de diseño y sus fiestas como ecos de la Era Warhol... y cuando el barrio multiplicó el precio del suelo, vendieron y se largaron con viento fresco, a repetir el truco sobre otro trash prometedor. Pan de oro sobre las cloacas, poesía improvisada sobre la burda especulación. En Lugo no hay balas ni infiltrados, sólo gallegos orgullosos de su sangre celta deudora de Breogán. Todo resplandece. Pienso en un inmenso panteón, barrido con amor de viuda reciente.

La comunidad lésbica radical se ha instalado en Williamsburg. Los gays masculinos, por lo general con ingresos económicos muy superiores a las lesbianas, han ocupado los pisos caros en barrios de Manhattan como Chelsea. Ellas, con una estética entre b-boy y punk, han encontrado aquí lo que necesitan. Una de las activistas más radicales, Sonia Ferguson, una mujer que cultiva una barba tan cerrada como la de cualquier gay oso, se plantó un día en el cruce de Bedford Av. con la Sexta, vestida con túnica y deportivas brake-dance, y con los brazos abiertos en cruz paró el tráfico antes de desnudarse. Una frase decía en su pecho: "Si no me quieres no me mires, idiota".

También ellos, los viejos, encuentran aquí remedios radicales. Me recluí en el balneario persiguiendo el aroma de "La montaña mágica", la decadencia elegante, el despeñarse chic del cuesta abajo existencial. Pero el edificio, feo y maloliente, de ventanas que bostezan al río y un subsuelo ponzoñoso, no me remite a Thomas Mann. En cada recodo, una silla de ruedas, un enfermo doliente, un anciano en chanclas y albornoz terminal. Quien eligió los cuadros y los ficus, maquilló con poco acierto su aura de hospital. A las seis piscina y masaje, manos incompetentes para quien está acostumbrado a un trato más personal. A las ocho, misa para el grupo del Imserso y parafangos recalentados en un microondas industrial. Junto a mí, en una camilla, suspira una abuela embadurnada de chapapote. "Si no me quieres no me mires, idiota". Pues sí.

Pero no todo es perfecto. Hace unos 40 años a la compañía Exxon se le rompió una tubería que pasa bajo el río. Miles de toneladas de fuel se vertieron y terminó por haber filtraciones en las paredes de la ribera. Existió en aquella época, bajo ciertas zonas una mancha que supuraba gases; continúa. La hierba de algunos jardines olía a petróleo y el agua sabía mal. Antes de acostarme abro el grifo y me pongo a filtrar agua para el desayuno, unas partículas negras flotan en el remolino. Pienso en el vertido de fuel. De pronto me doy cuenta de que he visto por lo menos una rata al día paseándose por la calle a plena luz. Podría haberles hecho muchas fotos sin que se inmutaran. Curiosamente, a los artistas es difícil arrancarles una foto, quieren hablar, pero no ser fotografiados, como si, siguiendo la tradición, la imagen impresa fuera a robarles el alma, lo único que tienen. Las ratas ni se inmutan porque de esa alma ya carecen.

¡Ah, el lenguaje secreto de las cañerías! La habitación huele a huevo podrido. En cualquier momento del día o la noche, el olor letal de las aguas sulfurosas se cuela entre tus sábanas, en tus sueños. Hago memoria: "Lo mejor de Lugo es...". Conduzco bajo la luz de una luna roja y colmada, borracha de patxaranes. ¿Se me aparecerá hoy la muerta de la curva? La Coruña al frente, con su faro de Hércules y su noche inabarcable, olas que parten traineras de una dentellada abismal. Sobre el recorte afilado del bosque, las notas de un CD de Charlie Haden, la certeza de la juventud galopando por mis venas, una reconfortante sensación de libertad. Babosas. Luciérnagas. De eso, en Palma, no hay.

Vamos a un local de ensayo. De uno similar a este salieron grupos hoy célebres: Interpol, TV On The Radio, Yeah, Yeah, Yeahs, y por supuesto The Strokes. Por la noche, en el café Trash, actúa un tipo de la escena electroclash, fusión del retro electro dance lo-fi con influencias del punk, extendida desde aquí a todos los continentes. El tipo no quiso decirnos cómo se llama su grupo ya que afirmó que la publicidad corrompe.

Desayuno "filloas" en la plaza de María Pita. La cocina fusión las rellena de chocolate y Mascarpone, un desafío. Entre café y café, un anciano muy aseado, de una dignidad parsimoniosa, me ofrece habitación. Me tienta conocer la dimensión oculta de su oferta, pero no; hoy, no. Con la mañana inaugurada, callejo contra el viento. Descubro una tienda de libros de viejo, y encuentro en ella la primera novela de un mallorquín a quien sólo conocía en su faceta periodística. ¿Su apellido? Papell. Las calles reverdecen, turismo elitista en pos del bogavante de oro, centros comerciales como los de cualquier otro lugar. Harry Potter en las vallas. Altivas farolas rojas subrayando la línea de la costa. El barrio viejo, sus iglesias recoletas. Carritos de refrescos, como los de antes, junto al faro mejor cuidado de Europa. Aún existe, contra todo pronóstico, el helado de tutti fruti. A Coruña, envuelta en negro y plata, como un paso de Semana Santa, es víctima propiciatoria de una marcha atroz.

Día de la Independencia, 4 de julio. Medianoche. Nadie duerme. Cerveza y barbacoa en la azotea de un edificio; vemos los fuegos artificiales sobre Manhattan. Una chica que no conozco se sienta a mi lado. Mientras mastica me dice: "¿Has vivido alguna vez una guerra?", "no", respondo. Y ella sentencia señalando con una salchicha el resplandor del cielo, "pues es más o menos como eso".

En la Costa de la Muerte la noche estalla en estrellas errantes. I was born under a wondering star... ¿Sabes? Podríamos seguir así eternamente, pero creo que es mejor dejarlo aquí.