LUKE nº 89

a a a

Opinión

La posibilidad perfecta

Enrique Gutiérrez Ordorika

"Pero un día, lo sé / será, de otra manera". Jane Kenyon, De otra manera

Hay poetas, pocos, uno o dos tal vez, que no escriben poemas sino que hablan de ti; que viven en el portal de al lado; que a menudo comparten contigo colgador o pinzas o funda de almohada o viento o tazón de café humante o no se qué. Hay poetas que conocen tu penúltimo temblor y a la mujer de la pañoleta azul, y el sabor dulzón de ese último beso que traerá el futuro, y las palabras que nunca dirás, y el silencio que sellará tu última despedida. Hay poetas que son mucho más tú que tú mismo; sus dudas son tus dudas; sus miedos tus pesadillas; sus dolores tus gritos. Hay poetas sin los que, una vez abierto un libro, no se puede vivir; se instalan para siempre en la mirada. Hay poetas que son la puerta por la que Alicia atraviesa el espejo hacia al país en el que Peter Pan nunca muere y el reloj se trasforma en playa y la ausencia en océano. Hay poetas a los que dios ha de expulsar del paraíso para que no le hagan sombra y otros a los que ha de expulsar el diablo si quiere guardar para el postre alguna manzana del árbol prohibido. Hay poetas que son voz en un universo en el que el principio y el fin son las dos caras de la más absoluta nada. Hay poetas que ayudan a vivir a los que nunca aprendemos a vivir. Hay poetas, pocos, quizás uno o dos, en los que el azar te regala una tarde como otras muchas, en la que te sientas junto a la luz de la ventana para leer y la primera página del libro recién abierto anuncia una posibilidad perfecta. Hay poetas que conocen la verdad en todas las lenguas de Babel y, como tú, a menudo, también mienten. Y también hay poetas que están a punto de volver a morir hoy y ayer eran inmortales, porque a veces ocurre que "lo que parece un desastre es un desastre, al fin llega el día y los hombres mueven penosamente el ataúd que pasa con dificultad entre los bancos de la iglesia". Hay poetas que no son ni claros ni oscuros, simplemente escriben poemas que se pueden deshojar con los dedos: me quiere, no me quiere, y cada Sí y cada No te contienen. Hay poetas que te advierten de que "el futuro no es lo que solía ser" y que "las cosas que podrías necesitar en la próxima vida te rodean: tu peine y tus gafas, agua, un libro y una pluma". Hay poetas que saben que el dolor es más inmenso que el universo y cabe en un solo corazón, y que a veces también ocurre que la poesía es el único lugar seguro, el refugio en el que lo ordinario se transforma en sacramental y por unos instantes leer se convierte en sinónimo de resucitar antes de que el reloj reanude el tic tac de la danza de los dados en el cubilete. Hay poetas, pocos, quizás uno o dos, - aunque sea repetirse- con los que te sientas junto a la luz de la ventana para leer y allí, donde nadie la esperaba, termina surgiendo una posibilidad perfecta. Dice el premio Pulitzer de Poesía, Ted Kooser, que "tenemos que volver a la época en la que los poemas sean de nuevo útiles, entretenidos y puedan añadir algo a nuestras vidas". Y yo pienso que todas las épocas, en cierto modo, son la misma época, y que nada vuelve aunque el presente sea permanentemente eterno retorno y la tesis más probable siga siendo que la verdad no exista, y que hay poetas, uno o dos tal vez, como Jane Kenyon a los que se puede amar por algo de lo dicho anteriormente o por -usando sus propias palabras- "el olvido, nada, o alguna condición aún más extrema que adivino pero no sé nombrar".